Nosotros, después de que superemos el virus
No pocos mensajes en las redes sociales pronostican que luego de la crisis epidemiológica que hoy vivimos seremos mejores, más solidarios, valoraremos más la vida y, sobre todo, seremos capaces de construir un mundo diferente, para bien
Sin embargo, sin ser pesimistas, debemos considerar que el mundo no va a ser necesariamente mejor después de esta crisis, de forma espontánea, por el simple hecho de nosotros anhelarlo. Al contrario, en su libro Doctrina del Shock, Naomi Klein ha documentado cómo en las últimas décadas, a escala global, los escenarios de crisis (en los que las poblaciones se hunden en el miedo y la desorientación, las economías quedan asoladas y los Estados rebasados en su capacidad de respuesta) han sido los terrenos propicios para la aplicación de reformas económicas estructurales a favor del libre mercado y en perjuicio del bien público. El avance de la oleada privatizadora desmanteló el rol social del Estado, incluso, en sectores tan estratégicos como la salud o la defensa nacional; el gasto social ha disminuido y la precarización (hasta las últimas consecuencias posibles) de las condiciones de empleo ha lesionado la base de las garantías conquistadas por los trabajadores en tantos años de lucha colectiva, dejándolos totalmente desprotegidos. El neoliberalismo no ha tenido terreno más fértil que el desastre para imponerse, a tal punto, que lo ha creado: las guerras en Medio Oriente, cínicamente orquestadas en nombre de la democracia, son el más claro ejemplo. Han sido un negocio altamente lucrativo, mientras las muertes de los civiles se han considerado, simplemente, daños colaterales. Ecuador es, en América Latina, uno de los casos paradigmáticos de cómo el vacío de la función social del Estado está en la base de la debacle sanitaria que hoy nos aterroriza. Pero casos similares son los que sobran en estos días.
La crisis es sistémica, no hay otra forma de entenderla. La globalización prometió que se barrerían las fronteras nacionales en pos del progreso económico y que este, por sí solo, se traduciría en desarrollo social. Pero, en la práctica, su tendencia neoliberal condujo, fundamentalmente, a la privatización de los beneficios, en manos de una reducidísima élite mundial y a la socialización de todos los costos. ¿El resultado? Lo vemos hoy: los costos se están pagando con vidas y lo que se sigue universalizando es la muerte de los más desfavorecidos.
Por más que el pensamiento neoliberal nos quiera convencer de que cada cual puede salvarse individualmente, la realidad que se nos oculta es otra: ante las crisis sistémicas, son insuficientes las soluciones biográficas. No está mal que tratemos de ser mejores personas después de que superemos esta crisis, que valoremos más la vida, que aprovechemos mejor el tiempo de compartir con los que amamos, que resignifiquemos nuestros vínculos y digamos más veces te quiero, o comencemos a disfrutar más lo que tenemos. Sería bueno que lo consiguiéramos. Todo proceso de crecimiento personal es necesario, pero no socavará las estructuras de poder responsables de la crisis humanitaria que vivimos hoy y que pudiera repetirse. Nuestro bienestar personal, incluso, aquel que tiene que ver con el disfrute de nosotros mismos y de nuestros espacios más íntimos de relación, se realizará plenamente solo con nuestra capacidad de desarrollar una conciencia crítica sobre la sociedad, la cultura y la época que nos tocó vivir, y de articularnos con otros en el camino de defender, hasta las últimas consecuencias, las garantías colectivas y el bien común.
Es necesario llevar la mirada más allá de lo puramente individual, focalizar el mundo e intentar comprender a fondo el sistema que a nivel global causa los estragos que estamos viviendo. No podemos hacerle concesiones al capitalismo a estas alturas de la historia: ¿a qué otro sistema podemos responsabilizar por el cambio climático, las condiciones de empleo precario de millones de personas, la muerte de los más vulnerados por enfermedades curables, hambre o guerras; la falta de agua potable, alimentos y medicinas para sectores amplísimos de la población mundial; la precariedad de los sistemas de salud pública, al mismo tiempo en que se destinan millones de dólares a la fabricación de armas de exterminio, porque es más lucrativo?
Es preciso defender, desde todos los espacios en que nos sea posible, la alternativa contrahegemónica que representa la construcción del socialismo, los derechos y garantías que ha conquistado y mantenido la Revolución Cubana; valorar la capacidad que siempre ha manifestado el Estado en Cuba, y que hoy vuelve a demostrar con aplomo, de defender, por encima de todo, el derecho de cada persona a la vida.
Eso no es poca cosa en un mundo como en el que estamos viviendo. Que nuestra sociedad siga cambiando y que lo haga para bien, que el pensamiento crítico revolucionario no falte y sea un ejercicio sistemático, que se sigan perfeccionando los espacios y vías de participación política, pero que cambios, crítica y participación sigan teniendo, como horizonte, la defensa del bien común a través del socialismo.
Fuente: Granma
Tema: Noticias. Publicado: abr 14th, 2020.