Algunas valoraciones sobre el oficio
El escritor y traductor cubano Lino Novás Calvo (1903-1983), cuya versión al español de “El viejo y el mar”, revisada por el propio Ernest Hemingway, fue la única autorizada por éste, expresaba en uno de sus ensayos:
“El traductor tropieza enseguida con múltiples dificultades. La unidad más simple de su instrumento -que es la palabra- empieza ya por resistírsele. Una palabra no es una pieza de máquina, sino un organismo vivo, que sufre múltiples modificaciones en su evolución por el tiempo y en el espacio. Es, pues, ya labor de mucho cuidado y de aguda sensibilidad hallar que las palabras -la original y la de la traducción- se correspondan siquiera aproximadamente, no sólo en su valor semántico aparente, aceptado, sino también en sus variables estados de ánimo y salud. Y eso no es más que el comienzo. Es casi el estado primario de la traducción”.
Por su parte, el Premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez (1928) comenta, en su ensayo “Los pobres traductores buenos”:
“Hace unos años (…) tuve una enigmática experiencia de traductor. El conde Enrico Cicogna, que fue mi traductor al italiano hasta su muerte, estaba traduciendo en aquellas vacaciones la novela “Paradiso” del cubano José Lezama Lima. Soy un admirador devoto de su poesía, lo fui también de su rara personalidad, aunque tuve pocas ocasiones de verlo, y en aquel tiempo quería conocer mejor su novela hermética. De modo que ayudé un poco a Cicogna, más que en la traducción, en la dura tarea de descifrar la prosa. Entonces comprendí que, en efecto, traducir es la manera más profunda de leer. Entre otras cosas, encontramos una frase cuyo sujeto cambiaba de género y de número varias veces en menos de diez líneas, hasta el punto de que al final no era posible saber quién era, ni cuándo era ni dónde estaba. Conociendo a Lezama Lima, era posible que aquel desorden fuera deliberado, pero sólo él hubiera podido decirlo, y nunca pudimos preguntárselo. La pregunta que se hacía Cicogna era si el traductor debía respetar en italiano aquellos disparates de concordancia, o si debía verterlos con rigor académico. Mi opinión era que debía conservarlos, de modo que la obra pasara al otro idioma como era, no sólo con sus virtudes, sino también con sus defectos. Era un deber de lealtad con el lector en el otro idioma”.
Otro Premio Nobel, José Saramago (1922-2010), se refirió así a la universalización de la literatura gracias a los traductores:
“Los escritores hacen la literatura nacional, pero la literatura universal la hacen los traductores”.
Y para concluir, las palabras que el científico austríaco Sigmund Freud (1856-1939), padre del psicoanálisis, dirigió a Luis López Ballesteros (1896-1938), traductor al español de sus obras completas, y que se incluyen en la edición de estas en 1923:
“Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal Don Quijote en el original cervantino, me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora – ya en avanzada edad – comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctísima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura”.
por Lic. Olga Sánchez Guevara
Traductora literaria
Miembro de la UNEAC y del comité asesor del sitio
En: Día Internacional de la Traducción. Publicado el sep 28th, 2014.
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