Atención de salud integral en Cuba, vida más allá de la pandemia
El 29 de abril, cuando a Yahíma estaban colocándole—por segunda vez, pero ahora en su lado izquierdo— un riñón en el Instituto de Nefrología de La Habana, Cuba reportaba en el parte habitual de la mañana 30 nuevos casos positivos al coronavirus, y el país alcanzaba la cifra de 1501 personas diagnosticadas.
Hacía apenas cinco días que la COVID-19 en la isla caribeña llegaba a su pico epidémico (el 24 de abril), registrándose el mayor número de casos activos hospitalizados, con 847 personas, y 52 contagiados confirmados en esa jornada.
Durante 14 días permaneció Yahíma Puente Trujillo en el hospital. A pocos días del proceder quirúrgico, conversábamos con ella.
Entonces nos contaba que nació con un único riñón, el derecho. Tiene 36 años y desde el 2015 empezó a presentar problemas de cálculos renales. “Me hicieron una nefrectomía, pero el riñón no aguantó más y el 3 de diciembre de 2018 tuvieron que sacarlo y entré en diálisis”, nos dijo en ese momento.
El 19 de abril de 2019 a Yahíma la trasplantaron por primera vez. Solo 23 días duró la felicidad, pues al cabo de ese tiempo rechazó el órgano. Este es su segundo trasplante, y hasta ahora todo marcha, felizmente, bien.
“Después de trasplantada hubo que hacerme una hemodiálisis para que el riñón arrancara bien y la creatinina bajara. Ya la tengo en cero”, nos comenta animada desde el otro lado del teléfono, en su casa de Santiago de las Vegas.
“Me siento bien, orinando mucho, más gorda… estoy feliz. Mi familia no me deja salir ni a la esquina, cuidándome mucho”, comenta Yahíma. Después menciona a la doctora Lianet y al doctor Cristian, con los que se atiende desde hace años el instituto, y a quienes agradece.
En cuanto “rompa” la Universidad, luego de que pase la pandemia, Yahíma aspira a terminar su carrera de Derecho. “Todos mis amigos se graduaron en el 2016, pero no he podido por mis problemas de salud. Me quedan dos asignaturas y la prueba estatal”, explica, pero convencida de que falta poco. A fin de cuentas es una guerrera.
En 1993, la doctora Mariela Infante se graduó de médico. Seis años después, en 1999, terminó la especialidad de Neurocirugía.“Luego de hacer mi servicio social en la Isla de la Juventud, comencé a trabajar en el hospital pediátrico docente Juan Manuel Márquez”, nos comenta la doctora vía WhatsApp.
Ha pasado la noche de guardia y ha sido “movida”, escribe en el chat la especialista, quien es jefa del servicio de Neurocirugía en esta institución, donde labora desde el 2002.
La doctora Mariela nació en Holguín, pero desde muy pequeña se fue a vivir a la Isla. “Allí aprendí las letras, tuve mis primeros maestros. Allí me hice médico y fueron mis profesores los que con su ejemplo inculcaron en mí ese sentido del amor a la profesión y la responsabilidad por los que dependen de nosotros”, comenta.
El servicio de Neurocirugía del Hospital Pediátrico Docente Juan Manuel Márquez es centro de referencia nacional para las afecciones neuroquirúrgicas pediátricas, por lo que se reciben pacientes de todo el país.
“Durante estos meses de aislamiento por la COVID-19 nuestro servicio se mantuvo todo el tiempo activo, tanto recibiendo pacientes con enfermedades oncológicas como con otras afecciones complejas que requerían tratamiento quirúrgico”, explica la doctora Mariela.
“Nuestros pequeños pacientes fueron priorizados en los turnos quirúrgicos, operando semanalmente dos casos de tumores cerebrales complejos”, insiste la neurocirujana.
Poco a poco van cargando en el chat las imágenes del pequeño Luis Orlando, de cinco años, operado de un tumor cerebral de gran tamaño. También de las niñas Thayla Elena y Denise, la primera con diagnóstico de una lesión de tallo cerebral, y la última operada de un tumor hace poco más de 72 horas. Los testimonios de sus madres dan las gracias al equipo de médicos y enfermeros, al hospital, a un sistema de salud que desde el día uno de la pandemia escogió el camino de no detener lo urgente. La vida, ya sabemos, no espera.
“Nuestro hospital es el centro de recepción y tratamiento de los pacientes pediátricos politraumatizados de la provincia La Habana y atiende además a los traumas craneoencefálicos de los territorios de Mayabeque y Artemisa”, dice la doctora Mariela.
Sin demora agrega: “En esta cuarentena no disminuyeron los traumas craneales, al contrario, aumentaron los casos con caídas de altura y accidentes en el hogar, que presentaron lesiones traumáticas cerebrales, y las cuales requirieron tratamiento neuroquirúrgico”.
Insiste la entrevistada en que la tecnología para realizar estas cirugías es muy costosa. “Cuba a pesar de todas las trabas que impone el bloqueo ha realizado un gran esfuerzo para ponerlas a disposición de nuestros niños, que son el futuro del país. Todos los integrantes de este servicio han aportado su granito de arena para que lo que tanto sacrificio ha costado pueda llegar a quien lo necesite”.
Estas cirugías son muy largas y sin el apoyo de los anestesiólogos e intensivistas no podríamos alcanzar buenos resultados, se apresura a comentar la especialista, quien enfatiza en que esta ha sido una obra colectiva.
—El costo emocional para ustedes es también alto…
“Fueron muchos días en que nuestros hijos y familia nos vieron llegar tarde en la noche, incluso mucho después del aplauso de los vecinos. Pero tuvimos el apoyo moral de nuestra dirección y de los taxistas, que al término de las cirugías retornaban al personal a sus hogares, para dormir unas pocas horas y al día siguiente continuar con tan humana labor”, recuenta la entrevistada.
Para la doctora Mariela la respuesta es aún más simple: Escogimos esta profesión y sabíamos que significaba sacrificio, dijo.
“Hay pequeñas acciones que nos regocijan y nos impulsan a continuar. Un día llegaba a casa sobre la una de la madrugada, y una vecina que estaba asomada al balcón me dijo: doctora, mis aplausos de las nueve son también para usted”.
Gestos como esos, bastan.
De Mariela, la neurocirujana del Juan Manuel Márquez, suelen sus amigos y compañeros decir que es incansable. “Soy solo el reflejo de mis profesores”, afirma.
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“Amelia Gómez Santamaría”, deletrea minuciosamente en el chat Abel Gómez Méndez, un joven ingeniero en Telecomunicaciones de la provincia de Pinar del Río.
“Vaya…creo que esta es la primera vez que tecleo su nombre completo”, nos dice refiriéndose a Amelia, la bebé que lo convirtió en padre por primera vez el día 8 de julio a las dos de la madrugada.
No fue, lo que podría decirse, un parto fácil. Desde las ocho de la mañana del día anterior, ya Rosiri, su esposa, también primeriza, estaba “en inducción”. Luego el trabajo propio del momento, la espera para ir a la sala que se les hizo larga; las 24 horas que Amelia debió pasar en neonatología, debido a causas maternas como la hipertensión arterial que sufrió la madre en el momento de dar a luz, rememora Abel.
Pero Amelia nació sana y vigorosa, en el hospital Abel Santamaría Cuadrado de la capital pinareña.
Cuando abrió los ojos al mundo, ya el extremo más occidental de Cuba vivía la fase dos de la etapa de recuperación post COVID-19. Sin embargo, comenta Abel, “nosotros pasamos el final del embarazo durante toda la etapa del confinamiento. Las atenciones de nuestra área de salud fueron magníficas, a pesar de la pandemia”, asegura.
Mi consultorio es el número 12, perteneciente al Policlínico Hermanos Cruz, en el reparto el Calero, especifica Abel, quien agrega que Rosiri estuvo ingresada además en el hospital materno por aumento de peso. “Ahí las atenciones fueron muy buenas, incluida la alimentación”, señala.
—En algún momento tuvieron duda si la atención continuaría en medio d la COVID-19 y el confinamiento…
“No, no. El acceso a la atención médica siempre ha sido prioridad en nuestro país. Incluso, para las consultas en genética provincial, que queda relativamente lejos de nuestro reparto, el área de salud nos garantizó transporte, desde taxis hasta ómnibus, pero siempre se ocuparon de todo”, explicó.
Hay que decir que nuestro médico de familia estuvo todo el tiempo pendiente de cada consulta o análisis que le tocaba a mi esposa, aseguró Abel.
“En ningún momento pensamos que se nos iba a desatender… ¡Vamos! ¡Esto es Cuba! Sabemos que hay muchos problemas…pero también hay muchas certezas en ciertas áreas y la atención a embarazadas y recién nacidos es una de ellas, sin dudas”, subrayó.
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Armando Enrique Bastista Vergara es residente de cuarto año en cirugía general, en la provincia de Las Tunas. Hasta que llegara la COVID-19 al país sus jornadas estaba bien diseñadas: sala, consultas, cirugía electiva y guardia.
Habitualmente participaba en dos turnos quirúrgicos, cuenta: uno de cirugía de mínimo acceso y otro de cirugía convencional.
La pandemia obligó a trastocar todas estas rutinas, dice el futuro cirujano. “Se suspendieron todas las cirugías electivas que no fueran tumores en pacientes con cáncer, ni urgencias relativas, es decir, aquellas intervenciones que es necesario realizar, porque de ello depende la vida del paciente”, explica Armando.
Se extremaron las medidas para con el cuidado epidemiológico de trabajadores y pacientes,dice.
En ese punto, recuerda Armando que a él lo sorprendió trabajando la noticia de que era uno de los contactos de un caso confirmado positivo a la enfermedad en Las Tunas. Estuve aislado, dice, y por suerte, salí ileso.
Todos los protocolos funcionaron como un reloj, aseguró.
Durante este tiempo, recuerda, el servicio no paró de operar: úlceras perforadas, obstrucciones intestinales, tumores…
A su juicio, en Cuba existe un “hospitalismo positivo” y la gente acude a las instituciones a veces sin motivos de peso para ello. Pero con la pandemia eso cambió, al hospital acudía solo aquel que verdaderamente se sentía mal.
Podría decirse que las personas adquieren un sentido de responsabilidad, dijo.
Armando está conciente que han sido días de mucha tensión. Mientras las consultas en otros servicios sí fueron suspendidas temporalmente, en el caso de la cirugía no. “Tenemos pacientes operados que según la gravedad requieren consulta a los siete, quince días, al mes o hasta que esté el resultado de la biopsia”.
No han parado. Con el deber, no hay pausas.
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De sus 49 años, los últimos 18 han sido, para Ileana Fajardo Álvarez, parte de una especie de ritual los días señalados. Es paciente de hemodiálisis del Instituto de Nefrología, de La Habana.
¿En qué alteró la COVID-19 sus días de hospital, cuando es sometida a un método sustitutivo de la función renal?
La pandemia generó estrés y preocupación sin lugar a dudas, pero Ileana asegura que nada varió. El taxi que la trasladaba hacia el hospital siguió llevándola los días señalados con puntualidad
“Los cuidados para que un paciente de hemodiálisis no contraiga el virus han sido esmerados”, agrega.
Cuando entró a hemodiálisis, explica, sus hijos tenian tres y ocho años de edad. “Ya uno estudia medicina , la otra está graduada de turismo. Gracias a este personal médico y al tratamiento llevo 18 años y estoy perfecta. No ha sido diferente la atención en medio de la COVID-19”, afirma.
Mientras escribo las líneas de este texto salta en las redes una notificación. Es la página en Facebook del Hospital Hermanos Amejeiras y la historia que cuenta una confirmación.
“El 1ro. de julio del 2020, el Servicio de Medicina Hiperbárica y Subacuática del Hospital C. Q. Hermanos Ameijeiras fue informado de un accidente de buceo ocurrido a un buzo, no profesional, en La Herradura, Artemisa, y de inmediato se activó un equipo de trabajo multicéntrico y se crearon las condiciones higiénico sanitarias requeridas para el momento actual de la pandemia la COVID-19”, relata el post.
La Enfermedad Descompresiva es una de las entidades más importantes y temidas de la Medicina Subacuática; es un embolismo gaseoso multifocal el cual suma, además del proceso isquémico, todo un conjunto de alteraciones físico-químicas a partir de las cuales se desarrollan alteraciones hemodinámicas y reológicas importantes, dando lugar a una auténtica enfermedad sistémica, continúa la publicación.
Conocida además como enfermedad de Caisson, Bends, o mal del buzo, esta se produce cuando se viola lo establecido para el ascenso a la superficie desde la profundidad sin realizar las paradas necesarias para lograr la liberación de su cuerpo del nitrógeno acumulado en sus tejidos y este sale al torrente sanguíneo causando un embolismo aéreo.
Luego de cinco horas de tratamiento y logrados los objetivos, avalados por la respuesta clínica del paciente, este es ingresado para observación y control en la Sala 11A (Medicina Interna) y al día siguiente continuar el tratamiento en cámara Hiperbárica.
El día 3 de julio, después de un tercer tratamiento en cámara Hiperbárica y por la evolución satisfactoria de su enfermedad, es dado de alta con las explicaciones y recomendaciones médicas y educativas, para que no volviera a incurrir en las violaciones hechas en su actividad de buceo; las que pusieron en peligro su vida.
No sé el nombre del buzo. Tampoco es lo más importante. El primero de julio aún la victoria contra la pandemia no estaba cantada. Aún no lo está del todo, porque el riesgo sigue y es mejor precaver. Lo fundamental de esta historia es que el virus no ha inmovilizado el sistema sanitario. Hay oxígeno suficiente en el actuar de sus profesionales.
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“La reorganización de los servicios hospitalarios se ha realizado escalonadamente, y también se han postergado aquellas actividades que podían ser desplazadas para otros momentos. Esto no se aplicará a aquellas personas con afecciones graves, cirugías de urgencia, trasplantes o tratamientos de cáncer, actividades que comprometen la vida de las personas”, anunciaba el Ministro de Salud Pública, el doctor José Angel Portal Miranda el pasado 24 de marzo, en el espacio televisivo Mesa Redonda.
Desde finales de 2019, cuando aparecieron los primeros casos de coronavirus en China, el sistema nacional de Salud Pública actualizó el plan de enfrentamiento a la pandemia. Se habilitaron hospitales para la atención a los pacientes en todo el país, así como centros para el aislamiento a los casos sospechosos de menor riesgo, para los contactos y viajeros procedentes del exterior fundamentalmente.
Más de 2 300 personas se han recuperado en Cuba de la COVID-19 desde el 11 de marzo, cuando se reportaron los primeros casos en el país, hasta la fecha. Ello se traduce en una cifra superior a las 2 300 vidas salvadas. Pero son muchas más. Las que escapan a la pandemia y forman parte, también, de la victoria de estos meses.
Cubadebate presenta a sus lectores algunos indicadores preliminares, ofrecidos por la Dirección de Registros Médicos y Estadísticas de Salud del Ministerio de Salud Pública que evidencian los servicios realizados desde el primero de marzo y hasta el 30 de junio de 2020.
Fuente: Cubadebate
Tema: Acontercer cubano en salud. Publicado: jul 21st, 2020.