El plural masculino
Entre lenguaje y cultura se da una relación de intercambio recíproco. Por una parte, el lenguaje es un producto cultural que refleja una cultura; pero, por otra, el lenguaje es condición de la cultura y contribuye a crearla. El lenguaje es una forma de cultura, quizá la más universal de todas y, de todos modos, la primera que distingue inmediata y netamente al hombre de los demás seres. Cada lengua contiene los saberes, ideas y creencias acerca de la realidad que comparte una comunidad, pero hay que tener cuidado de cómo se expresan esos saberes que, a veces, atentan contra el buen uso del lenguaje.
A través de la palabra se transmite la riqueza de la cultura: los significados del mundo y de las cosas se abren mediante la palabra a todo nuevo ser humano que entra a formar parte de la sociedad. Por eso, hay que saber expresarse y expresarse bien.
Uno de los errores que se oye con más frecuencia en los últimos tiempos en los medios de comunicación y en boca de personalidades en los ámbitos de la vida social, cultural y política de algunos países es el abuso de expresiones como «los niños y las niñas», «los cubanos y las cubanas», «los guantanameros y las guantanameras», etc.
Este mal uso sólo enlentece la lectura y torna el discurso pedante y recargado de verborrea que agota mentalmente a quien escucha, además de que en buen español el plural de los sustantivos cuando incluye hombres y mujeres es el género masculino.
Para generalizar en el género y el número existen otras alternativas.
Cuando se quiere mencionar a ambos sexos por motivos feministas se alude a “los alumnos y las alumnas”, “las profesoras y los profesores”. En cualquier caso, estos ejemplos son redundantes e incorrectos, y lejos de sonar elegantes y “feministas” parece, algunas veces, un intento desesperado para resaltar la presencia de las féminas, lo que evidencia aún más un sentimiento de exclusión. Las normas gramaticales de género relativas a la función del nombre epiceno pueden ayudar a resolver, en alguna medida, esta situación; para eso debemos tener en cuenta los ejemplos ofrecidos por Lázaro Carreter.
Son epicenos los nombres de personas y animales que, siendo gramaticalmente masculinos o femeninos, se refieren de modo indistinto a ambos sexos, por ejemplo criatura, persona, testigo, víctima. También son epicenos los que en plural masculino incluyen a machos y hembras como padres, novios, reyes.
Se usan como epicenos los nombres que en singular designan a todas las personas o animales de una clase, así decimos “el hombre es mortal”, “la merluza está cara”. Por tanto, cabe recordar que “los profesores” incluyen a profesores y profesoras, “los alumnos” engloban a alumnos y alumnas.
En narraciones históricas es menos común caer en el error, que acaso sería garrafal. Al hablar de “los reyes”, se sabe que engloba al rey y a la reina de un país. Así, es correcto decir “Los Reyes Católicos”, y no hace falta decir “el rey católico y la reina católica”, se imaginan tal barbaridad. La invención de palabras para que un nombre parezca femenino supone una patada al diccionario, por ejemplo, junto con “miembros”, decir “miembras”; eso es tan incorrecto como decir “las personas y los personos” y para añadir la gota que colma el vaso, sólo cabe añadir “las humanas” y “los humanos”.
En: Redacción y estilo. Publicado el ago 15th, 2014.
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