La tuberculosis en Cuba

Entre los antecedentes de la lucha contra la enfermedad tuberculosa en nuestro país, según Carlos María Trelles Govín, el impreso más antiguo sobre tuberculosis en Cuba es una hoja suelta titulada “Sucinta Disertación sobre la Tisis”, de 1791; están además los artículos que escribió en 1850 el doctor Ramón de Piña y Peñuela, en los que relaciona la topografía médica con la enfermedad.

El doctor José de la Luz Hernández Sardiñas en 1865, estudia la topografía de Isla de Pinos y recomienda distintos lugares que por sus condiciones climáticas favorecen la cura de la tuberculosis, siempre que el proceso no se encuentre muy avanzado.

En 1865 en los Anales de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana aparece un trabajo de recopilación de ideas extranjeras tendientes a demostrar que la tuberculosis es una enfermedad contagiosa e incurable.

En 1870, el doctor Manuel Castellanos Arango en su discurso en la Academia: «Tisis Pulmonar», decía que la tuberculosis era incurable atendiendo a su proceso histológico y recomendaba para su tratamiento los aires puros a la orilla del mar; señaló al barrio de San Lázaro en La Habana como apropiado para estos tratamientos. En esa misma sesión el Profesor Luis María Cowley Valdés-Machado rebatió esta tesis y declaró que la higiene bien aplicada es lo más eficaz para el tuberculoso y que el aire del mar es altamente perjudicial para las afecciones pulmonares.

El médico francés Luciano Papillaud, recomienda en 1871 el aire de campo y alimentos sustanciosos, ejercicios físicos y moderación en los trabajos físicos e intelectuales para preservarse de la acción de la tuberculosis sobre el éncefalo y sus cubiertas. Este trabajo recibió el Premio de la Academia de Ciencias Médicas, Físicas y Naturales de La Habana.

Al año siguiente el doctor Castellanos Arango insistió nuevamente en el alivio que procura al enfermo el aire de mar.

En el año 1877 el doctor Felipe F. Rodríguez Rodríguez publica los “Consejos a la Madre para Evitar la Tuberculosis en sus hijos”.

En un estudio que realiza y publica el doctor Agustín W. Reyes Zamora en el año 1879, refiere que en el año anterior fallecieron en La Habana 1 714 personas de tuberculosis de un total de 11 507 defunciones ocurridas ese año y solicita que se realizen obras de alcantarillado para la capital, como una medida de lucha contra ésta.

Ya desde 1862 un grupo de médicos notables se interesa por la enfermedad y con alguna frecuencia publican temas relacionados con ésta en las revistas médicas de la época. Entre ellos se destacan Joaquín L. Dueñas Pinto, Benjamín de Céspedes Montejo, Pascual Candela, Arístides Mestre Hevia, Miguel Sánchez Toledo, Domingo Montes, Enrique Saladrigas Lunar, José Francisco Arango Lamas y Joaquín L. Jacobsen y Cantos.

En 1890 se constituyó la primera Liga Antituberculosa, en Santiago de Cuba, fundada por los doctores Felipe Santiago Hartmann, Eduardo Ross Pochet, Manuel Salazar Veranes, Eduardo Padró Griñan, Urbano Guimerá y Ros, Alfredo García, Pedro Hechevarría, Ambrosio Grillo Portuondo y otros, preocupados por defender a la sociedad de este mal, además de ayudar a los enfermos.

A partir de este hecho la sociedad santiaguera se sensibiliza con la enfermedad y trata de tomar algunas medidas para frenarla. Los tabaqueros de dicha ciudad recaudaron fondos con el propósito de enviar un médico a Alemania a que se formara y entrenara con las nuevas ideas del doctor Robert Koch; se envió al doctor Eduardo Padró Griñán.

La organización de los servicios públicos contra la tuberculosis coincidió en Cuba con el período de la primera intervención militar norteamericana en 1899 y con la fundación de la Liga Antituberculosa en 1902, con un carácter nacional. Antes de esa fecha no se había tomado oficialmente ninguna medida de tipo profiláctico. El problema de la tisis, como se le llamaba entonces, no había llegado a las esferas del gobierno y se mantenía limitado a la terapéutica y a los consejos dados por los médicos a sus pacientes, recomendaciones de traslados a sanatorios extranjeros o repatriación de algunos casos por las sociedades de beneficencia regionales, españolas casi en su totalidad, o en el ingreso y tratamiento en las salas comunes de los hospitales.

Ya en esta época, en nuestro país se consideraba la enfermedad como un problema social, que era evitable y curable en todos sus períodos, mediante métodos prácticos y naturales que tenían como única base la observancia de una higiene sencilla y fácilmente aplicable a la vida de los ciudadanos.

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