Cuando el niño no esté bien hay que acudir al médico

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Desde que se diagnosticara el primer caso pediátrico con la COVID-19 en Cuba, el 21 de marzo de 2020, hasta el 6 de julio de 2021, se han confirmado 30 945 pacientes positivos al SARS-CoV-2 en este segmento poblacional vulnerable.

Pero lo más alarmante de esa cifra es que, de marzo a diciembre de 2020, tan solo fueron 1 138 los confirmados con la enfermedad, mientras que los restantes corresponden a lo que va del presente año, con el lamentable fallecimiento de tres menores de edad, todos en 2021.

Sin ser absolutos, las cifras demuestran que la situación con este grupo poblacional – del cual es responsable la familia o los mayores de casa–, lejos de mejorar, mantiene una tendencia negativa al incremento de casos y también de pacientes con graves complicaciones.

“Es una situación que a nosotros nos preocupa muchísimo, porque si vemos las cifras en las últimas semanas, van en incremento”, apuntó, en declaraciones a Granma, la doctora Lissette del Rosario López González, jefa del Grupo Nacional de Pediatría del Ministerio de Salud Pública (Minsap).

“El sistema de Salud tiene bien diseñadas las estrategias en cuanto a cómo debe actuarse con los menores contagiados, pero esto es una tarea de todos, en la cual la familia tiene una responsabilidad fundamental, pues los niños se están contagiando por contacto directo con casos positivos. Por lo tanto, en el manejo y cuidado de los niños tenemos que extremar las medidas de seguridad”, alertó.

Ante el complejo escenario epidemiológico que vive la nación, enfatizó la especialista, la solución para proteger a los menores ya no es solo quedarse en casa. “Muchos padres se preguntan por qué se enferma el niño si no sale hace un año. Hay que ver la convivencia familiar, porque la fuente de infección en pediatría están siendo, abrumadoramente, los contactos de casos confirmados y, en un porciento importante, los de primer orden”.

Advirtió, además, que se ha incrementado la incidencia del contagio en los menores de un año y, específicamente, en los menores de seis meses, con ascenso en el número de recién nacidos diagnosticados durante el mes de junio.

El incremento abrupto de la transmisión en las edades pediátricas, unido a la circulación de nuevas variantes genéticas del SARS-COV-2 que hacen más compleja la enfermedad, no solo ha provocado el aumento del número de casos, sino también de la severidad del cuadro clínico en niños y adolescentes, ya sea por comorbilidades asociadas o complicaciones propias del patógeno.

Detalló la doctora López González que en el año 2020 casi no se enfermaron niños con patologías asociadas, y alrededor de 14 infantes fueron los que requirieron cuidados intensivos.

Sin embargo, agregó, en 2021 ya van más de cien de 18 años y menos, los que han necesitado este tipo de atención.

“Los niños que se contagian en su gran mayoría son sanos, pero hay infantes con antecedentes de patologías oncológicas, pulmonares, del corazón, de la sangre, que se están enfermando. Son niños que aunque no tengan la COVID-19, poseen una condición clínica de riesgo. Al adquirir una infección por el SARS-COV-2 se deterioran mucho más”, enfatizó.

La pediatra precisó que, mientras que en 2020 la mayoría de los menores diagnosticados fueron asintomáticos, en el presente año se han hecho más frecuentes los pacientes con sintomatologías. Dentro de ese cuadro de síntomas variados que se presentan –dijo– no solo se identifican los respiratorios, sino también los digestivos y de otro orden.

Por eso, “mucho cuidado con los vómitos y las diarreas, los dolores de cabeza, las pérdidas del apetito; es un virus que posee una clínica tan variada que puede crear un falso concepto de que no, es que está cansado, no durmió bien, y, sin embargo, pueden ser signos indicativos de que tiene una infección activa. Cuando el niño no esté bien hay que acudir al médico”, indicó.

No obstante, para un grupo poblacional como el pediátrico, que abarca dentro de su rango de edades las más pequeñas, en las cuales no hay desarrollo de la conciencia, descubrir síntomas y signos de una posible infección puede resultar complejo.

“El término de asintomático cuando el niño es pequeño es subjetivo, porque cómo un niño de tres meses va a decir que tiene dolor de cabeza; no se lo puede decir.

“Sin embargo, ese niño puede estar irritado, lloroso, o tener otras manifestaciones de que no se siente bien. De ahí la advertencia de que, cuando usted vea a su hijo o hija que no está como es habitualmente, debe acudir al sistema de Salud, que es el que tiene las herramientas para decidir en qué situación clínica está ese bebé”, señaló la Jefa Nacional del Grupo de Pediatría del Minsap.

Más allá de las secuelas

En Cuba, más del 90 % de los diagnosticados con la COVID-19 en edades pediátricas ha rebasado la infección, pero los estudios y las evidencias acumuladas en más de un año de enfrentamiento a la epidemia han demostrado que la historia clínica para los niños y adolescentes no cierra con el alta médica.

Sobre este tema, la doctora López González puntualizó que los estudios de las secuelas del SARS-COV-2 en niños y adolescentes convalecientes se vienen dando desde la atención primaria, una vez que los pacientes egresan de la hospitalización.

Entre las principales secuelas que se han detectado en Pediatría mencionó las cardiovasculares, a partir de un estudio conocido que se realizó en la provincia de Villa Clara con convalecientes menores. En ese análisis se descubrió que, a causa de la COVID-19, “en los niños, inclusive asintomáticos o con muy poca sintomatología, hubo afectaciones del músculo cardiaco, afectaciones del pericardio, y trastornos del ritmo cardiaco, que han tenido después una consulta de seguimiento y hasta ahora han presentado buena evolución”, subrayó.

También hizo referencia la especialista del Minsap a la detección de secuelas neurológicas y sicológicas. Acerca de estas últimas, advirtió que, como no son físicas, a veces pueden pasar desapercibidas o los padres pueden quizá no darles la connotación que tienen.

Al respecto, reconoció que el equipo de Salud mental, tanto del Minsap, como de las provincias y las comunidades, ha hecho un trabajo intersectorial y ha estudiado un buen número de pacientes pediátricos convalecientes de la COVID-19, detectando alteraciones en las emociones, trastornos del sueño, fobias, ansiedad, desasosiego y temor por haber estado enfermo, entre otras.

Igualmente, los niños que han tenido esta enfermedad se han quejado de fatiga, debilidad muscular y afectaciones renales, “o sea, que la COVID-19 no es un catarro sin importancia, y posee la incógnita de que hay que ver hasta qué punto llegan las secuelas”, puntualizó la doctora López González.

Asimismo, se refirió a los casos que se han descrito en el país con el Síndrome Inflamatorio Multisistémico, con el Síndrome Hemofagocítico y con la enfermedad de Kawasaki, detectados en pacientes pediátricos en etapa pos-COVID-19, los cuales evolucionaron satisfactoriamente gracias al empeño de los equipos multidisciplinarios, pero desarrollaron un grave peligro para la vida.

La familia y la prevención

La nueva normalidad ha impuesto que padres o convivientes con menores de edad tengan que trabajar o salir de casa, aún en medio de la complejidad epidemiológica. Esta situación requiere que, dentro del hogar, los miembros de la familia extremen las medidas de cuidado.

“El menor puede no salir de su casa, pero si los mayores en la calle violan las normas o se descuidan, y después llegan a casa y no se quitan la ropa inmediatamente, no se lavan las manos o no hacen cambio del nasobuco, ponen en riesgo a una población que, evidentemente, no sale de la casa, pero igual se está exponiendo a adquirir el virus”, subrayó la especialista.

Apuntó que dado el rango etario que abarca la Pediatría –desde el momento de nacer hasta los 18 años– las posibilidades de contagio pueden incrementarse a medida que aumenta la edad, si los mayores no actúan consecuentemente en el comportamiento de los adolescentes.

Manifestó que, mientras los lactantes y los más pequeños dependen íntegramente de sus padres para el cuidado, los adolescentes sí tienen las condiciones sicológicas y físicas para cuidarse, «pero dónde está el problema: en la responsabilidad que tenemos como familia de inculcarles y enseñarles que ellos son parte de la prevención de esta pandemia, y que ese concepto de que porque eres joven no te enfermas, o no te vas a enfermar grave, o no corres riesgo de morir, no es cierto».

“En todos los grupos de edades lo más saludable es no enfermar, y para no enfermar hay que cuidarse”, aseveró.

Al referirse al ensayo clínico en población pediátrica que da sus primeros pasos en la capital con el candidato vacunal Soberana 02, la directiva del Minsap destacó que el desarrollo de una vacuna para los menores sería un paso fundamental en la prevención, pero la familia es el pilar insustituible en la protección de los infantes contra la pandemia.

Tomado de: Periódico Granma – 7 julio 2021

Comentarios realizados Comentar

10/07/2021

Dmh @ 6:55 am #

Muy correcta la información, creo que los niños(as) son un eslabón muy importante en todas las familias, cuidarlos depende de los adultos.

17/07/2021

Elizabeth @ 8:42 am #

En cuanto al cuidado de los niños menores de un año me preocupa grandemente la estrategia que se le está brindando en estos momentos de tan compleja situacioón epidemiológica. Pienso que se debe valorar en cuanto a las consultas la relación riesgo beneficio no se hace nada si cuidamos al niño en el hogar y debemos asistir a lugares de alto riesgo con médicos que trabajan incluso con niños enfermos y luego manipulan a los sanos.

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