Los tristes partos de la pandemia

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Verlos asombra, da “miedo”. Apenas sobrepasan el mes de nacidos y, sin saberlo, viven un momento que los marcará para toda su vida. Llevan varios días en una incubadora, el mejor abrigo cuando sus madres no están. Unos lloran insistentemente, otros parecen tranquilos. En el interior de la sala, el ambiente desborda en amor para estos frágiles pacientes de COVID-19.

Están rodeados de seres que parecerían de otras galaxias. Llevan batas y sobrebatas, guantes y máscaras igual que estos reporteros. Los veo “mimar” a cada pequeño y hasta tararearles canciones. Cumplir estrictamente los protocolos sanitarios es la única forma que los salvará del virus.

En otra sala —distante a la de Neonatología— sus madres reciben igual atención especializada. Son positivas a la enfermedad y se mantienen al tanto de la salud de sus hijos.

“Su evolución es estable. Ha pasado la noche bien”, le responde a una madre que interroga del otro lado del teléfono la mayor Ana María Vega Pérez, doctora y jefa del servicio de Neonatología del Hospital Central Doctor Luis Díaz Soto, de los Servicios Médicos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, conocido como el Naval, donde ha vuelto un equipo de Juventud Rebelde.

Por lo que presenciamos la madre no para de interrogar sobre el estado de salud de su hijo y las complicaciones que puede traerle el virus. Y aunque a nuestro alrededor todo está en calma, siempre se viven momentos muy tensos, como aseguran los especialistas, quienes prácticamente están a tiempo completo con los recién nacidos.

“Todo niño con COVID-19 tiene un riesgo para agravar su sintomatología. En estos momentos no tenemos ninguno, pero no podemos descartar esa posibilidad. De hecho, en Pediatría ya se están viendo casos en estado grave que han requerido mayor atención”, asegura Vega Pérez.

El día de nuestra visita al Naval nos reiteraron que los infantes y embarazadas constituyen un grupo poblacional que ha ido en aumento en cuanto a la incidencia de la enfermedad en este tercer rebrote de la pandemia. Los datos allí lo ilustran: más de 40 niños ingresados (25 positivos), más de 25 embarazadas; en Neonatología nueve pacientes (cinco positivos).

Parecieran números ínfimos, pero alarman no solo a estos reporteros sino también a los médicos. La realidad del centro asistencial cambió mucho desde que en marzo llegó la pandemia y comenzaron a atender a sospechosos y confirmados en grupos poblacionales diferentes a los de ahora, lo cual pone énfasis en el cuidado que deben tener los adultos por los más pequeños de casa.

“Se ha demostrado, aunque todavía está en estudio, que no existe transmisión del coronavirus de madre a hijo cuando se da a luz. Sin embargo, aquellos niños provenientes de la comunidad, entre tres y cinco días después de nacidos llegan con la enfermedad como consecuencia del contacto con la familia sin la debida  protección», insiste la jefa del servicio de Neonatología.

—Entonces, ¿los recién nacidos sí son un grupo vulnerable a la enfermedad?

“Ellos no son inmunes a la COVID-19, como tampoco lo niños y adolescentes. Por eso, las familias deben tener un poco más de percepción de riesgo, porque los lactantes dependen enteramente de ellas. Todo está relacionado con el escenario donde nos movemos, con quién nos relacionamos y las medidas higiénicas que aplicamos en la manipulación del bebé.

“Estar con estos lactantes es muy difícil”, nos dice la joven enfermera Maday Vázquez Varona, quien hace solo tres años realizó su prueba final de la especialidad en esta misma sala de Neonatología.

“Este es un trabajo muy bonito pero a la vez fuerte. A nosotros nos toca observar que no tengan algún síntoma específico a la COVID-19, les damos la leche, les cambiamos los pañales….

“La noche es la jornada más movida, porque es cuando los bebes extrañan más a sus madres y al estar en la incubadora no pueden salir de ahí. Hay quien duerme, otros más inquietos. Es triste cuando siento el llanto de uno, que ya sabemos distinguir que no es por hambre, sino porque extrañan los brazos de su progenitora. Duele no poder sacarlos de la incubadora”.

Lo dice categóricamente porque Maday, a sus 24 años de edad, es madre de una niña de dos años y “no es fácil estar alejada de tu hijo 15 días. Es un bebé con COVID-19 que está solo en una incubadora, sin el cariño de su madre, sin esa interacción piel a piel, sin su leche materna, que es muy importante en los primeros meses”.

—¿Cómo es la comunicación con la familia del bebé?

“Les damos el número de teléfono de aquí y las madres que están ingresadas o la familia desde la casa puede llamar para conocer la evolución de su bebé. Siempre les damos consejos, sobre todo, a las madres que dan a luz o a las embarazadas. Les decimos que no salgan de sus casas si no es necesario, que no reciban visitas, que usen el nasobuco, que no besen a sus bebés y que se laven las manos constantemente”.

Maday siente no haber podido estar desde el principio de la pandemia en su sala, pues al tener que trabajar períodos de cuarentena le era más difícil por su pequeña, aunque se incorporó en otros servicios del hospital. “Ahora se ha reajustado el trabajo y estoy con mis pacientes. Mi familia me apoya mucho. Esta ha sido una gran experiencia para ejercitar mi profesión y consolidar la unión de nuestro colectivo. Me he sentido muy útil”.

Embarazadas sin complicaciones, pero…

Tras recorrer un largo pasillo con inevitables medidas de seguridad llegamos a una de las salas donde están las embarazadas. Ellas aguardan por chequeos precisos para descartar un posible contagio o recurrir con urgencia a los tratamientos médicos, pues pasar por la COVID-19 siendo una gestante incrementa las probabilidades de un parto prematuro y, como consecuencia, el bebé pasa a unidades de cuidados neonatales.

Lo explican los especialistas para quienes la protección que ellas necesitan no siempre ha sido comprendida por la familia. Así lo descubrimos —ventana mediante— al dialogar con Rosmery Rodríguez Rodríguez, vecina de Alamar, quien a sus más de 37 semanas de gestación sabe que debe extremar las medidas higiénicas en todos los espacios, pues “debo velar no solo por mi vida sino por la que llevo en mi vientre”.

No está sola en la sala. La acompaña una madre que hace poco dio a luz. Una prima fue la que introdujo el nuevo coronavirus en casa y desde entonces el miedo en espera de los resultados la domina, aunque asegura: “Yo me cuidaba y cumplía con todas las medidas”.

Sin embargo, como considera el ginecobstetra Alejandro Cruz Rodríguez, especialista en 1er. Grado del servicio de Obstetricia del Hospital Naval, quien por quinta ocasión ya trabaja en zona roja, el 90 por ciento de las gestantes que llegan a la institución han adquirido la enfermedad por ser contacto de casos positivos, a pesar de ellas no salir de sus casas.

“Cuando llegan aquí las pacientes refieren que no saben y no pueden estar enfermas porque no han salido de sus hogares. Y ahí es donde hablamos de que se ha perdido la percepción del riesgo y, más que eso, del peligro.

“La respuesta de nosotros es: “Tú no sales de tu casa, pero tus familiares sí. Ellos están constantemente en distintos lugares de la ciudad y si no extreman todas las medidas pertinentes, llegan a tu hogar, están en contacto contigo y te transmiten la enfermedad”.
Cruz conoce cada uno de los vericuetos del hospital aunque es muy joven. Por lo que cuentan sus compañeros de labor sabemos que él tiene un altísimo sentido del deber, y aunque esto “es duro, siempre que uno puede, debe dar más”. Por eso, como decían los pacientes, su amor y preocupación no faltan.

“Hasta el momento, afortunadamente, con las embarazadas no hemos tenido complicaciones de esta enfermedad. Pero sí se pueden dar, por el estado inmunológico en que se encuentran”.

Son los criterios que también comparte Talía Valdés Rodríguez, residente de Ginecobstetricia de segundo año, quien también por quinta ocasión atiende a pacientes sospechosos o confirmados. “Cada una de las entradas ha tenido su peculiaridad, en esta última ha sido muy fuerte porque aumentó el número de ingresadas positivas”.

La joven del municipio de Arroyo Naranjo, para quien «el hecho de traer vidas al mundo es lo más bonito que existe”, detalla que hace poco realizaron dos partos por cesáreas: una paciente positiva y otra que resultó después negativa, pero había sido contacto de positivo.

—¿En qué piensas en ese momento?

“En nuestra familia, en que te puedes contaminar. Es un momento muy difícil y lleno de peligros también para uno. Imagina que trabajamos directamente con las pacientes en el parto donde ellas se exacerban, se alteran y es engorroso, por ejemplo, tomar el control del nasobuco. Pero uno lo logra.

“Gracias al control de las enfermeras, los médicos y nosotros, que cumplimos las medidas, ninguno resultó  positivo al virus en las rotaciones anteriores. De esta etapa me llevo un bonito recuerdo, pero también es duro, porque he visto algunas pacientes con sintomatología”.

¿Adolescentes irresponsables?

“La verdad que fui un irresponsable. No cumplía con las medidas requeridas. Me pasaba todo el tiempo jugando en el barrio, andaba mucho con mis amiguitos y cuando llegaba a la casa ni las manos me lavaba. Tampoco valoraba el peso del nasobuco. ¿Resultado? Al final paré aquí como positivo”.

Lo dice con cierto sentimiento de culpa el adolescente Camilo Gómez Lezcano, estudiante de 10mo. grado del politécnico capitalino Osvaldo Herrera. Y continúa: “Lo peor de todo fue que mi mamá también dio positiva. Ella es personal de riesgo por tener más de 60 años de edad y ser hipertensa. Han sido momentos muy tristes, de tratamientos muy fuertes que dan mareos, vómitos, fiebre, pero también de aprendizaje”.

Camilo esta junto a su madre, en otra de las salas del Naval, donde se mantienen ingresados a niños y adolescentes de diferentes edades. En ellas hay tranquilidad, limpieza, orden y mucha luz. Lo vemos a través de los ventanales por los que ocurre nuestro diálogo.

“Esta experiencia se siente en el cuerpo y la gente debería pensar antes de actuar. Es muy doloroso estar aquí”, nos dice Camilo, y ese es el consejo “a mis amigos y la gente del barrio” porque «la cantidad de casos que salen cada día debería abrirles la conciencia y hacerles ver que tienen que cuidarse ellos y a su familia”.
A la progenitora de Carlos es imposible sacarle palabra alguna. Mientras se mece en el sillón del cubículo, su rostro la devela impaciente por la realidad que ha vivido. Lo mismo nos sucede cuando llegamos al cuarto contiguo, donde se encuentran dos madres con sus hijos de tres y nueve años, respectivamente.

“El virus está en todas partes, hay que cuidarse mucho. Aquí hemos tenido una atención médica personalizada acorde a las necesidades de nuestros niños”, es todo lo que puede decir Olga Lidia cuando la interrogo, porque comienza a llorar. Lleva más de cinco días en el Naval desde que junto a su esposo resultaran positivos. Vino con su hijo al que, por suerte, el virus no lo alcanzó.

Los especialistas de esta sala aseguran que al examinar a los pacientes sienten como muchos han perdido el miedo a la enfermedad porque piensan erróneamente que como ha pasado tanto tiempo ya no es peligrosa y es todo lo contrario. Ellos, que han vivido historias muy tristes, reiteran que esta es una enfermedad emergente que no respeta edades.

Bien lo sabe Judith Paneque, doctora del Pediátrico de Centro Habana, quien se convirtió en paciente positivo. “Yo ingresé el 16 enero en este mismo hospital y me dieron el alta médica a los nueve días. Cuando llego a mi casa es que recibo el resultado del PCR que le habían hecho a mi niña al quinto día, y tuve que reingresar con ella.

“Tomé todas las medidas, me cuidé. También es propio de mi profesión. Comencé a sentirme mal después de que salí de una guardia médica. Me aislé con mi niña hasta que fui positiva e ingresé. Llevé a mi niña para que mi mamá la cuidara. Ellas tomaron las medidas en la casa. El resultado: mi niña fue positiva y mi mamá negativa.

“Es muy difícil todo, uno no sabe a quién va a alcanzar esta enfermedad y por ello tenemos que extremar las medidas de seguridad”, asegura Judith. “Solo cuidando a nuestros hijos disminuimos el riesgo de muerte y las secuelas. Todo cuidado es poco porque uno piensa que no te toca y esto no tiene rostro”.

Desvelo sin miedo

Todo es esfuerzo y desvelo en el Naval. Aquí se libra un verdadero combate por la vida en el enfrentamiento a la COVID-19. Ese es el sentimiento que se respira al conversar con pacientes y trabajadores, incluso, al observar cada detalle de la institución.

“En el último mes el hospital se ha caracterizado por una actividad intensa a partir de este rebrote ocurrido en el país”, nos dice el coronel Julio Andrés Pérez Salido, doctor y director general de la institución, quien añade que esta continúa su labor en dos líneas esenciales: la asistencia médica y aislamiento de pacientes con COVID-19 y en el aseguramiento de la participación de los proyectos científicos.

El ritmo de su vida ha cambiado como mismo lo ha hecho el hospital. Entonces, continúa explicando: “La peculiaridad del rebrote en el último mes incide fundamentalmente en la afectación de tres tipos fundamentales de categorías, que no se veían con tanta definición y ampliación en los dos brotes anteriores.

“Se trata, asegura, de niños, embarazadas y pacientes entre el estado grave y crítico. Para una institución como esta, que tiene cerca de 310 camas, los números de pacientes de esas categorías son muy altos porque implica que la labor asistencial sea muy intensa, como ha ocurrido”.

—¿El hospital agotó prácticamente sus capacidades?

“Hemos tenido que recurrir al movimiento rápido de las camas, usando los protocolos establecidos. Esto trae consigo (con esta masividad de contagios) que el hospital acelere sus actividades y los servicios de salud.

“Eso incluye que los profesionales: médicos, enfermeras, tecnólogos tengan que redoblar sus esfuerzos y, no vamos a hablar ahora de cansancio, pero sí, el personal se cansa. Se piensa mucho en la familia y en las actividades que tenemos que realizar.

“Por otro lado están las instalaciones. Desde que empezó la epidemia, el hospital no ha parado y es difícil mantener un sistema óptimo y confortable de instalaciones para ese personal que ingresa. Y, más, cuando una particularidad muy importante de ahora es que el ingreso de los pacientes ocurre por grupos familiares, dado que la demanda afectiva de la epidemia es bastante grande, lo que lleva implícita una serie de acciones para satisfacer sicológicamente a esos pacientes”.

Con toda su sabiduría y autoridad, Pérez Salido reitera que, en sentido general, ha sido muy tensa la situación y se mantiene así, pero su colectivo sigue“en combate, evidente en una gran labor donde lo más importante es que se cumplan las reglas y las medidas establecidas por las autoridades sanitarias para evitar el contagio en las familias, y en las comunidades, porque es ahí donde está el principal problema”. [Por: Yuniel Labacena Romero]

Tomado de: Periódico Juventud Rebelde – 6 febrero 2021

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