El mosquito, un enemigo silencioso
Reza un popular refrán que nadie escarmienta por cabeza ajena; muy aplicado este en la vida cotidiana, sobre todo, si de hacer caso omiso a consejos y advertencias se trata.
Pero cuando el asunto concierne a nuestra salud, la de familiares y amigos, no puede convertirse en regla este tipo de proverbios emanados de experiencias que se traduzcan en un desenlace infeliz. Por estos días, en la Mayor de las Antillas se respira un ambiente de trabajo colectivo y hasta de movilización para ponerle coto al mosquito Aedes Aegypti, causante de arbovirosis como zika, dengue, chikungunya y fiebre amarilla.
Conocido es por todos los cubanos que durante años la Isla ha sido foco de no pocas campañas intensivas para su eliminación, debido a la persistencia de ese insecto en el panorama nacional, como quien intenta formar parte de la cotidianidad de una nación, que se resiste día a día a sus efectos.
Extremar las medidas de control en los meses de septiembre a noviembre en todo el país, constituye hoy prioridad, incluso en tiempos de tensiones ante la situación energética actual que no ha mellado la voluntad de un pueblo. Y es que los recursos de la campaña antivectorial están asegurados precisamente por la importancia que concede el Estado cubano a la salud de su gente.
Con la participación de las instituciones de salud pública, empresas, organismos locales, organizaciones políticas y de masas, se desarrolla un intensivo del tratamiento focal, adulticida y pesquisas, realizados por los operarios de control de vectores.
Hace algunos días, una joven, vecina de la ciudad de Pinar del Río, manifestaba su admiración por esos hombres y mujeres incansables en su empeño de velar por el bienestar ajeno, más allá de la propia inconciencia de quienes muchas veces contribuyen a la proliferación del mosquito, como si fueran inmunes a enfermedades.
Pero de nada servirán la buena voluntad y las estrategias de vigilancia en Cuba, si la población en las viviendas, centros de trabajo y comunidades, no decide actuar en correspondencia con el peligro que representa el vector.
Mucho se habla de este tema, y no por recurrente deja de tener connotación, especialmente debido al incremento de la transmisión de dengue y a que cerca del 65 % de los focos se encuentran localizados en las casas. La indolencia de unos en innumerables ocasiones crea el escenario propicio para la proliferación del insecto y la ocurrencia de los padecimientos asociados a él.
Ante la amenaza que supone el Aedes Aegypti, pasar a la acción deviene urgencia, y ello conlleva a la obligatoriedad de fumigar las moradas, centros laborales y espacios públicos. Que los organismos y entidades encargados realicen de manera efectiva la recogida de desechos sólidos, supriman salideros de agua y lleven a vías de hecho la higienización de calles y avenidas.
No obstante, el saneamiento de las comunidades también es obligación de sus habitantes, esos que algunas veces prefieren verter basura en lugares inapropiados en vez de trasladarla hacia los sitios destinados a ese fin. Asimismo, las infracciones o conductas que se traduzcan en la propagación de epidemias, tienen necesariamente que ser sancionadas con rigor, como tipifica el Código Penal.
La convocatoria a no bajar la guardia, persiste. Es inconcebible entonces la permanencia de viviendas cerradas cuando se van a inspeccionar, las manzanas reiterativas por su focalidad, y la baja percepción del riesgo de muchos individuos. El autofocal familiar sigue siendo la vía más efectiva para desde cada casa eliminar los posibles criaderos e impedir el auge de un enemigo silencioso, que no distingue entre unos y otros.