A cuatro meses del sismo no es lo mismo, pero es igual
Leticia Martínez
(Enviada especial)
Puerto Príncipe, 12 de mayo de 2010.— Hoy de Haití casi ya no se habla en el mundo y la mayoría de los que estaban se han ido con las honrosas excepciones conocidas…
Dicen que el tiempo pasa volando. Y quizás al amanecer de este miércoles algunos chasquearon los dedos para preguntar sorprendidos: ¿Cuatro meses del sismo? ¿Cómo es posible que el tiempo pase tan rápido si parece que fue ayer? A esa hora entonces Ruth despertó aquí en la misma chabola que hace tantos días es su hogar. Para ella, como para el más de un millón y medio de personas que quedaron sin techo, habrá pasado un siglo, dos, quizás tres… desde que un endemoniado temblor los dejara sin nada más que mucha miseria.
Es 12 mayo. Regresan los rezos, las manos alzadas al cielo, las plegarias por el “aún estar vivos” y por “la tranquilidad de las almas” de los más de 222 000 fallecidos aquel martes. A las 4 y 53 de la tarde muchos volverán a recordar el instante preciso en que la tierra bajo sus pies comenzó a tambalearse, el instante en que tantas vidas dejaron de ser ante una muerte brutal, y otra más lamentable aún: la muerte en vida que padecen tantos miles de haitianos.
Quien camine esta ciudad hoy, y lleve recorriéndola cuatros meses, sabe que las cosas han cambiado, que a pasos bien pequeños se desbroza un camino demasiado largo. Ante la total ausencia de informaciones sobre este país, tan mediatizado todas las veces que la naturaleza decide ensañarse con él, muchos preguntan qué ha pasado con los que armaron quimbos en espacios abiertos, con los escombros que taparon la ciudad, con las pronosticadas réplicas, con la prometida ayuda. Lo cierto es que la “normalidad” parece regresar a Puerto Príncipe, una normalidad inquietante para quien se resista a creer que tantas personas vivan tan sórdidamente. Las plazas siguen llenas de “casitas”, algunas de lonas, nailón, otras de maderas con ventanas, puertas y hasta con candados que pretenden cuidar lo poco.
Muchos escombros continúan inamovibles, pareciera tarea de titanes limpiar los miles de sitios derrumbados, y los otros tantos por derribar ante tamaña vulnerabilidad. Sin embargo es visible lo hecho cuando las calles dejan de atascarse por los bloques de cemento zarandeados, y las nuevas construcciones, de los más ricos claro está, comienzan a levantarse. Mientras, peligrosamente en las afueras de la ciudad crecen enormes montañas de escombros, como si moverlos de un lado a otro resolviera la situación. Algunos calculan que limpiar esta capital demorará más de un año, pero todo dependerá de la llegada de equipos pesados, hoy escasos en el trasiego de esta urbe.
Han vuelto a Puerto Príncipe, por fortuna, los niños con uniformes y mochilas a un curso escolar tan a medias como casi todo lo que sucede en este país. Cada mañana llegan a las carpas o aulas de madera y techo de zinc que hoy son sus escuelas. Por ahora no recibirán clases. Ha dicho el Ministerio de Educación que es tiempo de jugar, cantar, dibujar… para superar los traumas del terremoto. También se ha anunciado que reciben allí una comida al día: aliciente para quienes en casa no encuentran qué comer.
¿Lo más temible de todo? Cada tarde llueve en esta ciudad, acaso como anuncio de la peligrosa temporada de lluvia, antesala de los huracanes, que ha entrado por la puerta ancha. Cuando en estos días del cielo cae más que agua bendita son miles los que pasan en vela la noche cuidando de no mojarse allí en sus maltrechos hogares, mientras la amenaza de enfermedades pende como espada de Damocles, y los desagües siguen inundados de basura hasta el tope. Y aunque comenzaron los tardíos traslados de campamentos hacia lugares más seguros, muchos se resisten a apartarse de la capital, lugar donde les es más factible subsistir.
Cuando Puerto Príncipe intenta sacudirse tanta desgracia, los escenarios internacionales siguen siendo tribunas de promesas bien frágiles. Del dinero solicitado a los países donantes solo se ha recibido una parte, recordatorio quizás de lo sucedido en 1998 cuando la comunidad internacional prometió una enorme cifra para aliviar los daños del huracán Mitch y solo se materializó una pequeña parte. Al llamado de Ban Ki Moon, secretario general de la ONU, de no olvidar a Haití, se suma también el ultimátum de UNASUR a sus miembros para cumplir con la ayuda pactada de 300 millones.
Entretanto la ayuda cubana, que ya existía más de un decenio antes de que temblara la tierra haitiana, ahora multiplicada ratifica su permanencia. En estos más de 120 días hasta aquí han llegado otros especialistas de la salud para juntarse en esta batalla por la vida, también representantes de manifestaciones artísticas con la única pretensión de provocar sonrisas entre tanta calamidad.
Así se vive en esta ciudad a cuatro meses del temblor que la convirtió en el infierno de este mundo, donde la capacidad de asombro no encuentra día de descanso, mientras algunos intentan sobrevivir, otros siguen sentados sobre los escombros de lo que alguna vez fue su hogar. Y entre los que siguen aquí cuatro meses después está Sean Penn, la celebridad que llegó a los pocos días del temblor.
Y quien suponga que este día 12 llegó demasiado pronto, la cara de Ruth al preguntarle de esperanzas le hablará de letargos que se eternizan en la plaza donde vive. Nada, que para algunos la realidad cuatro meses después no es la misma, pero es igual.
Fuente: http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/haiti/de_nuestros_reporteros/noticia-77.html
may 12th, 2010. En: Noticias.