ene 6th, 2011 Archivos

La preocupante falta de formación en desastres dentro de las escuelas de medicina latinoamericanas. Luigi Accatino; Rodrigo A. Figueroa; Joaquín Montero; Matías González. Revista Panamericana de Salud Pública. 2010.

De acuerdo al Centro de Investigación sobre la Epidemiología de los Desastres, entre 1974 y 2003 ocurrieron 6 367 desastres en el mundo, sin contar las epidemias. Estos desastres han dejado un saldo de más de 2 millones de muertos, 5 100 millones de afectados, 182 millones de personas sin hogar y daños en infraestructura valuados en US $ 1,38 billones.

Solo en el presente año, dos devastadores terremotos asolaron a nuestro continente, uno el 12 de enero en Haití, que dejó un saldo aproximado de 230 000 muertes, 300 000 lesionados y 1 000 000 de personas sin hogar, y otro el 28 de febrero en Chile, donde se notificaron 342 víctimas fatales, 97 desaparecidos, 800 000 damnificados y pérdidas materiales por unos US$ 29 662 millones (2, 3). En 2005, el huracán Katrina dejó a su paso una ciudad prácticamente destruida por las inundaciones, más de 1 800 personas muertas y cerca de 146 000 sin hogar, y daños materiales por US$ 75 000 millones, en lo que se ha considerado la mayor catástrofe natural de Estados Unidos.

Se prevé que el número de desastres naturales —incluidos aludes, erupciones volcánicas, huracanes, inundaciones, maremotos y terremotos— y su impacto proporcional en la gente aumentarán debido a los cambios climáticos, al desplazamiento de poblaciones a zonas de mayor exposición y al aumento de la densidad poblacional. Su ocurrencia genera problemas de salud a corto, mediano y largo plazo. Dentro de la primera fase se encuentran el rescate, la atención de heridos con lesiones de diversa gravedad y el manejo de cadáveres. En la segunda sobreviene un mayor riesgo de enfermedades transmisibles, que crece en función del hacinamiento y el deterioro de la situación sanitaria, los daños sufridos por los establecimientos de salud y el desabastecimiento de agua potable, alimentos y otros bienes básicos.

En el largo plazo adquieren particular relevancia las consecuencias psicológicas del desastre. Dentro de las más frecuentes se encuentran el trastorno por estrés post traumático (TEPT), la depresión mayor, el aumento de consumo de drogas y alcohol, otros trastornos de ansiedad y los síntomas de somatización. Durante el primer año post terremoto en Chile, 30 a 40% de los damnificados, 10 a 20% de los intervinientes y 5 a 10% de la población general podrían presentar TEPT (7). Un tercio de los pacientes con TEPT continuará sintomático una década después, con altísimos costos por ausentismo laboral y suicidio.

De los tres componentes principales —preparación, mitigación y respuesta— que conforman la gestión de la salud en casos de desastre, la preparación reviste una importancia fundamental (5, 6). En este sentido, el personal sanitario debería contar con las capacidades técnicas necesarias en todos los tópicos relativos a los desastres, desde la prevención a la respuesta y luego a las consecuencias sobre la población en sus diversas fases. La gestión en desastres tendría entonces que formar parte de los programas de estudios de la Región a nivel de pre y post grado, comenzando por las escuelas de medicina, de enfermería y de salud ambiental.

Con objeto de informarnos sobre este tema, examinamos los planes de estudios de pregrado para la carrera de médico-cirujano de las 37 universidades hispanoparlantes que contaban con escuelas de medicina y conformaban el grupo de las 100 mejores universidades latinoamericanas (9). Hallamos que solo una (2,7%) incluía algún grado de formación en situaciones de desastre, una realidad preocupante que debe ser encarada tanto por las autoridades sanitarias como por las casas de altos estudios y otros centros de formación en salud.

Es preciso y prioritario que las escuelas de medicina incorporen en sus planes de estudios un programa integral sobre desastres, donde se revisen aspectos de prevención, organización —nacional y local— y respuesta frente a estas emergencias, así como el manejo de sus consecuencias sanitarias a corto, mediano y largo plazo. Los desastres constituyen un problema de salud pública de alta relevancia. Todos estamos expuestos a ellos y, aunque no sabemos cuándo, sí tenemos certeza de que ocurrirán, por lo que resulta fundamental que nuestros profesionales de la salud se encuentren adecuadamente preparados para enfrentarlos.

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Guías operativas posdesastre: Brotes epidémicos por leptospirosis, dengue, malaria. OPS. 2009.

Los equipos de respuesta en desastres enfrentan frecuentemente la necesidad de responder a brotes epidemiológicos en una forma rápida y oportuna; la presente guía operativa espera contribuir en la atención posdesastre para que se logre una respuesta adecuada que permita delimitar la extensión de un brote y proponer acciones de primera respuesta.

El objetivo de la presente guía es facilitar los preparativos del sector salud ante situación de desastre, su desarrollo y contenidos se sustentan las necesidades y experiencias de personal de salud y expertos de República Dominicana, Nicaragua, Bolivia y Paraguay; en la primera parte se incluye las relaciones entre las salas de situación y los centros de operaciones de emergencias de salud; en la segunda parte, se incluyen guías especificas para leptospirosis, dengue y malaria; se presentan procedimientos para la conformación y operación de los equipos de respuesta, listas de verificación de las acciones prioritarias en atención médica; vigilancia epidemiológica, control vectorial o zoonótica, según corresponda- comunicación, y participación de la comunidad.

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Alimentación y nutrición de la población ante situaciones de desastres naturales. María Matilde Socarrás Suárez; Miriam Bolet Astoviza. Rev Cubana Salud Pública v.36 n.4 Ciudad de La Habana oct.-dic. 2010.

Los desastres naturales azotan a Cuba y se deben atenuar sus estragos sobre la salud y la alimentación de la población. El estado de nutrición de la población depende de la disponibilidad, el consumo y la utilización biológica de los alimentos. Los desastres naturales pueden perjudicar el estado nutricional de la población debido a su impacto sobre uno o varios componentes de la cadena alimentaria, que dependerán del tipo, duración y magnitud del desastre, así como de las condiciones de alimentación y nutrición que existían previamente en la zona. Se revisa la información disponible sobre alimentación y nutrición en los desastres y se identifican las medidas de control y prevención para evitar la desnutrición y conseguir la mejor alimentación en las situaciones de emergencia, incluido la alimentación de lactantes y niños pequeños. Se precisan los pasos inmediatos a dar para garantizar la eficacia de un programa de ayuda alimentaria, entre ellos, evaluar las provisiones de alimentos disponibles después del desastre, determinar las necesidades nutricionales de la población afectada, calcular las raciones alimentarias diarias y las necesidades de grandes grupos de población y vigilar el estado de nutrición de la población afectada. En los desastres es necesario mejorar el abastecimiento de alimentos con un mayor aprovechamiento de los productos cosechados y ampliar la cultura nutricional, lo que traería aparejado el incremento de la seguridad alimentaria y la prevención de la desnutrición.

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Apoyo psicológico en desastres: Propuesta de un modelo de atención basado en revisiones sistemáticas y metaanálisis. Rodrigo A. Figueroa, Humberto Marín, Matías González. Rev. méd. Chile vol.138 no.2 Santiago Feb. 2010.

Actualmente, el mundo se enfrenta a los desastres a una escala sin precedentes. Entre los años 1993 y 2003, los desastres cobraron cada año 58 mil vidas, afectaron a 255 millones de personas y costaron 67 billones de dólares. En el año 2003, una de cada 25 personas fue afectada por algún desastre. Desde la década 1950-59 el costo económico asociado a éstos se ha incrementado 14 veces. Las estimaciones indican que los desastres naturales podrían aumentar su frecuencia producto del cambio climático. El crecimiento poblacional, la urbanización y la pobreza podrían aumentar nuestra vulnerabilidad1.

Se considera desastre cualquier emergencia que sobrepase las capacidades de respuesta local, obligando a solicitar apoyo externo2. Para que una emergencia sea incluida en el Centro de Colaboración de la Organización Mundial de la Salud para el Estudio de la Epidemiología de los Desastres (Centre for Research on the Epidemiology of Disasters-CRED), ésta debe: a) Haber cobrado 10 o más vidas; b) Haber afectado a 100 o más personas; c) Haber obligado a declarar estado de emergencia; o d) Haber obligado a solicitar apoyo internacional2.

Aunque hoy se sabe que la mayoría de los afectados por un desastre no desarrollará psico-patología, un grupo significativo lo hará3-7. Dentro de las consecuencias psicológicas más frecuentes se encuentra el distrés subclínico3,4,8, el trastorno por estrés agudo9-11, el trastorno por estrés post traumático (TEPT)3,4,12, la depresión mayor3,4, el aumento del consumo de alcohol y drogas13,14, otros trastornos de ansiedad4,15,16 y los síntomas de somatización17. Los factores moderadores de riesgo más importantes para el desarrollo de psicopatología, especialmente TEPT, son el nivel de percepción de amenaza vital, el nivel de apoyo social después del trauma, el tipo de respuesta emocional peri-traumática y el nivel de disociación peri-traumática18.

Aunque actualmente existen guías clínicas para el manejo de las víctimas de desastres19,20, éstas están escritas en inglés. La escasez de publicaciones en nuestro idioma es preocupante. En una búsqueda en PubMed en abril de 2009, sólo encontramos 7 revisiones, metaanálisis o guías clínicas en castellano acerca de TEPT, comparado con 1.820 en inglés.

El objetivo de este trabajo es elaborar un modelo de intervención psicológica temprana en víctimas de desastre, escrito en castellano y fundamentado en la mejor evidencia disponible, de acuerdo a los principios de la medicina basada en la evidencia21.

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México, 5 ene (Notimex) La zona noreste del Valle de México presentó “mala calidad del aire”, por lo que el Sistema de Monitoreo Atmosférico (Simat) de la ciudad de México recomendó a la población evitar actividades al aire libre.

En su reporte de las 9:00 horas, detalló que las partículas suspendidas menores a 10 micras (PM10) rebasaron los 100 puntos en la escala del Indice Metropolitano de la Calidad del Aire (Imeca), mientras que en el resto de las regiones del Valle de México los niveles oscilaron entre 57 y 78 unidades.

El organismo dependiente de la Secretaría del Medio Ambiente del Distrito Federal adelantó que este miércoles se esperan condiciones meteorológicas desfavorables para la dispersión de contaminantes.

Precisó que se prevé que las mayores concentraciones de ozono se registren en el suroeste del Distrito Federal, donde hay 90 por ciento de probabilidad de que los niveles de ese contaminante oscilen entre 101 y 105 puntos entre las 15:00 y 17:00 horas.

De acuerdo con el Imeca, las concentraciones superiores a 100 puntos pueden causar molestias en la salud en personas de la tercera edad, niños y personas con alguna afección cardiorrespiratoria, por lo que se recomienda evitar hacer deportes al aire libre.

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