Guatemala: ¿la ciudad en un hoyo?

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Guatemala, 7 jun (PL) Inesperadamente, en medio de la tormenta, un agujero engulló un edificio en la capital guatemalteca.

Pocos vecinos dicen haber oído algo, aunque el estruendo debió ser inmenso, pero aseguran haber pensado eran los sonidos propios del azote de un temporal que a la postre sumió a Guatemala en una emergencia por desastre natural.

Pero ahí está el hoyo, de una redondez casi perfecta, que recuerda a otro mayor hace tres años, sin explicación aún porque demasiadas son las teorías sobre sus aperturas.

Aquel ocurrió en febrero de 2007 cuando se tragó tres viviendas de condiciones humildes, dos personas murieron, una fue declarada desaparecida y otras 720 debieron ser evacuadas en un popular barrio del norte de la capital, cuya causa fue atribuida a la saturación en el sistema de drenaje.

La más plausible razón ahora es la acción devastadora de las aguas en el subsuelo. En el primero de los casos no llovía, en el segundo diluviaba, por lo que la causa más aducida es la falta de mantenimiento y deterioro de los canales de drenaje subterráneos.

Eso sí, los expertos descartan -a pesar de no existir todavía un estudio riguroso- se trate de una consecuencia de algún evento sísmico.

Hay quienes dicen, sobre todo a lo lejos en el extranjero, que en el subsuelo hay un sistema de cuevas de piedra caliza cuyo colapso fue posible por las intensas lluvias provocadas en esos días por la tormenta tropical Agatha.

Sin embargo, geólogos que intentan hallar una explicación mediante una investigación científica introdujeron un radar de penetración de subsuelo y establecieron la inexistencia de las susodichas cavernas.

La certeza no es total, pues el material volcánico expulsado por el Pacaya y acumulado alrededor del agujero impide un mejor estudio.

Vuelven entonces a explicaciones anteriores: la excesiva carga de agua por los torrenciales aguaceros provocaron el desplome y la formación de un agujero que tal parece aserrado en sus bordes por la mano del hombre, con un diámetro de 21,5 metros y 31,2 de profundidad.

Allá abajo reposan, junto a quién sabe cuánta tierra más, los restos de una edificación de tres plantas sede de una pequeña fábrica de vestuarios, cuyos trabajadores salvaron la vida por haber terminado sus faenas apenas una hora antes del suceso.

Alrededor del hoyo varias viviendas quedaron desoladas, pues sus moradores cargaron rápidamente sus bártulos y fueron en busca de lugares más seguros, apremiados por rumores de nuevos hundimientos en esa zona.

No obstante, nadie puede estar tranquilo en esta ciudad, donde a cada rato ocurre algún percance de ese tipo -de menor magnitud, es cierto-, y ya hay quienes vaticinan de manera catastrófica la caída de una buena parte de la urbe en un hueco gigante, o al menos por sectores.

Nada más alejado de la realidad, afirman los de mentes no tan fantasiosas. Pero el riesgo de más hundimientos sí está latente.

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