Violencia intrafamiliar: un análisis desde la psicología humanista

El doble discurso como manifestación de violencia intrafamiliar

El doble discurso o doble mensaje, el cual se podría ilustrar con un ejemplo que no admite discusión alguna: haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago. En los spots televisivos, concebidos artística y estéticamente para sugerirle al receptor el daño que genera en el niño el carácter ambivalente del doble discurso, los mensajes son tan elocuentes que no necesitan fundamentación teórica alguna.

Los padres que utilizan ese método educativo erróneo desconocen —al parecer— la alteración psíquica y espiritual que están ocasionándole al pequeño cuando, por ejemplo, le advierten que no debe decir mentiras o malas palabras. Y a los cinco minutos, uno de los progenitores, sin pudor alguno, las dice delante de su hijo con la mayor naturalidad del mundo.

Sin embargo, cuando el infante las repite, porque las oye y las aprende en el seno familiar, los padres quieren castigarlo, y en ocasiones, hasta golpearlo físicamente, lo que atenta de manera flagrante contra la integridad corporal, psíquica, moral y espiritual del niño.

Por otra parte, violan los sagrados derechos de una personita que por ser quien es y como es merece amor y respeto a su inviolable dignidad humana.

El doble discurso genera en la esfera cognitivo-afectiva del niño confusión y ambivalencia; en consecuencia, siembra la semilla de la duda a la hora de incorporar a su incipiente código ético-moral -o súper yo- los patrones conductuales que le sirven de paradigma o modelo en su entorno socio-familiar.

El resultado de ese estado de confusión o ambivalencia podría ser la inseguridad, la incertidumbre, la inestabilidad emocional o, sencillamente, la rebeldía ante el discurso de quienes le dicen una cosa, y en la práctica (criterio de la verdad) hacen otra completamente diferente.

No me parece necesario continuar emborronando cuartillas para que usted, estimado lector, acabe de caer en la cuenta de que a su descendencia debe tratarla con cariño, ternura, respeto y firmeza de criterios para que, en un futuro no lejano, sea un adolescente o joven sano de cuerpo, mente y alma, capaz de eliminar la rabia, el resentimiento o la violencia y apto para resolver —de forma inteligente y civilizada— los problemas existenciales que la vida le plantee; única vía para disfrutar de salud física, psíquica y espiritual.

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Fuente: Rev. Hosp. Psiquiátrico de la Habana 2013, 10(1)