Diplomacia antisísmica
Leticia Martínez Hernández
PUERTO PRÍNCIPE, Haití.— Han pasado casi cuatro meses. Los días han sido largos; a veces tristes, felices; de mucho trabajo, de poco sueño, de añoranzas; de amarrarse el cinto cuando la realidad sobrecoge; de aprender a crecer porque se nos necesita. Y entre tantas sensaciones a quien escribe le atormenta el hecho de querer captarlo todo. Ahora cuando las cosas parecen calmarse mientras desgraciadamente los pesares continúan, asaltan recuerdos de ese infierno vivido, y aún no contado. Es como si narrarlos ayudara a exorcizarlos, y más que eso a compartirlos con quienes en Cuba también sufrieron la desgracia de Puerto Príncipe.
Una de las primeras misiones fue el funcionamiento del aeropuerto de Puerto Príncipe.
Hoy recuerdo una Embajada bulliciosa, llena de gente. El portón de la entrada no se estaba quieto mientras unos armaban casas de campaña, y otros intentaban casi con desespero hallar por teléfono hasta al colaborador más perdido en la geografía haitiana. Algunos con laptop en mano rastreaban la escurridiza señal de Internet, o ayudaban a preparar la comida que en la cocina colectiva y de emergencia comenzaba a oler… Así empezaba la odisea de la misión cubana en Haití, desde que sus paredes se estremecieron como hojas en medio de torbellinos, el clamor escalofriante de todo un pueblo llegó hasta sus predios y una nube de polvo cubrió la imagen que brindó siempre Puerto Príncipe a sus ventanas.
¿Cómo 30 segundos pudieron ser tan demoledores? ¿Qué pasó con los cubanos que estaban en la capital a esa hora? Estas fueron las primeras preguntas que hicieron los miembros de la Embajada no más la tierra pareció calmarse. De ello conversa con Granma Ricardo García, embajador aquí, quien con modestia aleccionante habla de los instantes felices vividos cuando en menos de 24 horas supieron que los cubanos estaban bien, y más que eso que estaban listos para ayudar aun en medio de las réplicas. Previas llamadas telefónicas de los líderes de la Revolución le confirmaban el apoyo, le aconsejaban cómo actuar, pero también lo comprometían con quienes en Cuba querían conocer la suerte de los suyos.
“De inmediato salimos para saber cómo estaba nuestra gente. Casi no podíamos avanzar porque había miles de personas en las calles, entre heridos y muertos que comenzaban a amontonarse. Además los embotellamientos eran infernales. En busca de comunicación fuimos hasta la zona más alta, pero tampoco había. Luego llegamos a casa de Pedro Canino, embajador de Venezuela. A él le confío que la mayor preocupación eran los alfabetizadores que vivían en una casa sin terminar de construir encima de una pendiente. Nos pregunta cómo puede ayudar, y le pido que vaya al Anexo (la sede de los médicos), mientras voy a ver a los alfabetizadores”.
Así ambos embajadores, en medio del caos, van en busca de los cubanos. “Para nuestra mayor alegría hallamos a los educadores sentados todos juntos en medio de la calle. La casa no se había derrumbado, pero con ellos había dos heridos. Un compañero tenía una rodilla dañada, y una de las mujeres un pie cortado”. Mientras esto sucedía el embajador venezolano había encontrado una moto que lo llevara hasta donde los médicos, pues en carro hubiera sido imposible. Los galenos estaban bien, pero ya comenzaban a llegar por decenas hasta su sede los heridos en busca de alivio.
Cuenta García que lo que siguió fue espeluznante. “Donde antes estuvo el parqueo del Anexo se acumulaban los heridos. Vimos a mucha gente morir, por ejemplo, por falta de sangre. No teníamos todos los recursos pero los médicos empezaron a dar primeros auxilios sobre todo a niños, mujeres, embarazadas, ancianos… Para entonces empezaban a llegar los colaboradores de otros sectores”. Y lo que siguió fue verdaderamente lindo, valeroso. Por orientación de la Embajada los sectores de la cooperación cubana, sin distinción, se pusieron de inmediato al servicio de la Brigada Médica.
“Movilizamos todos los carros y los pusimos en función de la Brigada. Los alfabetizadores, constructores, pescadores, se convirtieron en choferes. En Leoganne, los azucareros levantaron uno de los primeros hospitales de campaña. Todos nos subordinamos a la emergencia sanitaria de Haití. Y no solo en transportación, también en alojamiento, en alimentación… porque seguían llegando gente de Cuba para ayudar, y había que asumirlo todo”.
Aquí nadie olvida las horas en el colapsado aeropuerto internacional Toussaint Louverture cuando un avión de Cuba parecía un maná, además de objeto raro en medio de las enormes e intimidantes naves norteamericanas. Hoy nos confía el embajador que en los primeros días pasaron mucho tiempo allí. Y quienes lo escuchamos ahora, recordamos haberlo visto prendido del teléfono satelital recibiendo la noticia de un reciente despegue en Santiago o un inminente aterrizaje. Entonces la emoción ganaba al cansancio, pues pronto tocaría tierra un avión repleto de medicinas, alimentos, agua, médicos…. “Una de las primeras misiones de la Embajada fue encargarnos del aeropuerto, si fracasaba, fracasaba toda la ayuda que inmediatamente Cuba comenzó a enviar a Haití. Teníamos que garantizar que funcionara para nuestro país, y funcionó. Nosotros también cumplimos con todas sus indicaciones”.
Han pasado casi cuatro meses, y a la Embajada cubana en Haití ha vuelto el silencio. De vez en cuando algunos se sientan a conversar para repensarse aquel 12 de enero. Quizás Isabel Castañeda, tercera secretaria de la misión, no olvide el abrazo que compartió con cada cubano que llegó a la sede diplomática luego del temblor para ponerse a la orden de su Patria; o Rita, la secretaria del Embajador, no borre de su memoria cuando un buró mal puesto le impedía salir de la oficina. Cierto que fueron días difíciles, cierto también que todos salieron fortalecidos de tantas sacudidas.
Fuente: http://www.granma.cubaweb.cu/secciones/haiti/de_nuestros_reporteros/noticia-75.html
may 7th, 2010. En: Noticias.