En el siglo XIX, los médicos estaban perplejos. La razón: el cólera, una misteriosa enfermedad que estaba matando a millones de personas en todo el mundo. Nadie sabía cómo evitarlo hasta que un médico inglés, John Snow, comenzó a investigar el brote de 1854. En esa década, Londres estaba en auge. Era el centro del vasto imperio de la reina Victoria y, por lo tanto, un núcleo de comercio internacional. Leer más…
Los estudios de Jaime Ferrán suscitaron un agrio debate que dividió a la comunidad científica. «España está en deuda con sus grandes hombres, combatidos en vida o -lo que es peor- ignorados. A los menos les despedimos con un gran entierro. Después de su muerte su obra queda interrumpida, cuando no borrada», se lamentaba el doctor Santiago Martínez-Fornés en ABC al pensar en un español en particular, Jaime Ferrán y Clúa, cuyo nombre pocos recuerdan pese a haber creado la primera vacuna contra una de las enfermedades infecciosas más temidas: el cólera. Leer más…
En 1854, Londres sufrió su peor epidemia de cólera. En el libro El Mapa Fantasma se describe cómo el pionero de la anestesia, John Snow, a través de una pesquisa detectivesca en el barrio del Soho, confirmó la hipótesis de la transmisión de la enfermedad por vía acuática mediante un análisis visual de datos.
Todo comenzó a fines de agosto de 1854, en la fuente pública de Broadstreet, Londres. El agua manaba de un pozo y tenía fama de ser la más saludable del Soho.
En el siglo XIX, una enfermedad también saltó de Asia a Europa: el cólera. Esta pandemia bacteriológica puso en jaque a muchos países europeos y ayudó a crear los primeros esfuerzos internacionales en materia de salud.