Historias del tabaco: Entre policías y bandidos y una palabra clave, moderación

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Don Jaime fue uno de aquellos emprendedores catalanes que cimentaron el buen nombre del tabaco cubano. En 1827, aprovechando la derogación de los impuestos reales que cargaban a la industria tabacalera, fundó un modesto taller que llegó a floreciente fábrica y grabó desde 1845 su nombre en la historia del habano. Para asegurar suministro en calidad y cantidad convenientes a su negocio, don Jaime compró vegas en la archifamosa Vueltabajo, en el occidente de Cuba. Su emprendimiento afectó los intereses de un comerciante tabaquero de la zona, llamado, por cosas del destino, Pedro Mató. Para vengarse, don Pedro comisionó a un moreno que se apostó en un vericueto del camino, esperó a don Jaime y disparó su trabuco. Corría el mes de junio de 1868.

El empresario no murió por las balas, sino a causa de fracturas en sus costillas provocadas al caer del caballo espantado por los tiros, según cuenta una vieja versión de prensa. Soportó el traslado en parihuela hasta un embarcadero, la travesía en barco y luego el viaje en tren hasta su casa, donde expiró.

Una historia donde el tabaco se mezcla con el crimen, amalgamados por los intereses. Un hombre que murió pero dejó a los fumadores de todo el mundo la excelencia de una marca de habanos bautizada con su apellido: Partagás.

Zona oscura

Crímenes no faltan en la historia del tabaco, como tampoco justicia. Conviven en ella –correligionarios en el disfrute del fumar– conspiradores, intrigantes, policías y bandidos, buenos y malos, héroes y antihéroes.

Cuenta Fernando Ortiz que el tabaco llegó a las peores vilezas en Europa, donde en el siglo XVII fue general el temor de ser envenenado con polvos ponzoñosos ocultos en rapé.

Según el cronista Fairholt, rapé perfumado era a veces el recipiente del veneno. En 1712, el duque de Noailles presentó a la delfina de Francia una caja de rapé español, regalo que la complació en extremo pero que, a los cinco días de estarlo inhalando, cortó la vida de la princesa en medio de fuertes dolores de cabeza.

Se rumoraba que el rapé envenenado era usado en España para quitar del camino a oponentes políticos, y que igualmente lo empleaban los jesuitas para emponzoñar a los enemigos, de ahí que algunos le llamaran “rapé de los jesuitas”.

En 1851, el tabaco fue asesino. El conde de Bocarme fue ejecutado en Mons por envenenar a un cuñado valiéndose de la nicotina, expresamente extraída de la hoja.

Pero también ha estado el tabaco del lado de la justicia: en pleno siglo XX, la policía logró detener a los autores de una tentativa de asesinato contra el sultán de Egipto porque uno de ellos, que fumaba cigarros de una mezcla especialmente rara, olvidó en la habitación del hotel algunos delatadores desechos de su placer.

Vea más detalles.

Fuente: Cubadebate. Especiales, Cultura – 9 marzo 2020

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