Un café con… Caridad Cairo Soler
Caridad Cairo Soler ha dedicado más de 50 años a la labor de enfermería. En todo ese tiempo, sus aportes a la administración hospitalaria en Cuba y fuera del país han sido reconocidos en varias ocasiones.
Pero, para ella, lo más significativo de su vida profesional radicaen la contribución a la formación de nuevas generaciones de enfermeras y enfermeros. Según sus propias palabras: “todos los momentos son importantes para educar”.
Siempre me motivó la enfermería, y entré en esa carrera en 1962. Según me cuenta mi mamá, desde pequeñita me gustaba jugar con las muñecas como si fuera enfermera o doctora. A lo largo de mis estudios nunca tuve dificultad, y en la medida que el tiempo pasaba me iba enamorando más de la carrera. Me fui encantando con la atención al paciente, la importancia de su cuidado, y la satisfacción que sienten las personas con este trabajo.
Para ser enfermera hay que tener un grado de responsabilidad muy alto, y hay que profesar mucha solidaridad, porque sin esos valores no se puede ser buena enfermera, aunque te guste. Eso tiene que acompañar siempre al personal de enfermería. Ayudar a los pacientes a recuperarse con humanismo, atendiendo a las necesidades de cada quien y tratando de escuchar siempre, es muy importante.
Mis primeras experiencias como enfermera fueron en el Central Guatemala, municipio Mayarí, en el oriente cubano. Una vez estuve en una situación muy difícil en el hospital, porque tuve que hacer un parto. Mi primer parto, y estaba solita, porque justo en ese momento no había quien me ayudara.
Tuve que colocar a la madre en el salón de operaciones y buscar todos los instrumentos para poder atenderla. Yo estaba tan delgada que en la etapa de expulsión del parto tuve que cargar al niño abrazándolo, no podía tomarlo por los piececitos, pues me pesaba mucho, y tuve que abrazarlo para lograr cortar el cordón.
Afortunadamente aquella experiencia fue excelente. Creo que me hice una verdadera enfermera en ese momento. La madre no tuvo complicaciones, yo hice todas las maniobras correctamente y el bebé creció satisfactoriamente. Al otro día el obstetra me felicitó.
¿Qué le motivó a ser enfermera y cuándo comenzó en esta profesión?
Siempre me motivó la enfermería, y entré en esa carrera en 1962. Según me cuenta mi mamá, desde pequeñita me gustaba jugar con las muñecas como si fuera enfermera o doctora.
A lo largo de mis estudios nunca tuve dificultad, y en la medida que el tiempo pasaba me iba enamorando más de la carrera. Me fui encantando con la atención al paciente, la importancia de su cuidado, y la satisfacción que sienten las personas con este trabajo.
Para ser enfermera hay que tener un grado de responsabilidad muy alto, y hay que profesar mucha solidaridad, porque sin esos valores no se puede ser buena enfermera, aunque te guste.
Eso tiene que acompañar siempre al personal de enfermería. Ayudar a los pacientes a recuperarse con humanismo, atendiendo a las necesidades de cada quien y tratando de escuchar siempre, es muy importante.
Mis primeras experiencias como enfermera fueron en el Central Guatemala, municipio Mayarí, en el oriente cubano. Una vez estuve en una situación muy difícil en el hospital, porque tuve que hacer un parto. Mi primer parto, y estaba solita, porque justo en ese momento no había quien me ayudara.
Tuve que colocar a la madre en el salón de operaciones y buscar todos los instrumentos para poder atenderla. Yo estaba tan delgada que en la etapa de expulsión del parto tuve que cargar al niño abrazándolo, no podía tomarlo por los piececitos, pues me pesaba mucho, y tuve que abrazarlo para lograr cortar el cordón.
Afortunadamente aquella experiencia fue excelente. Creo que me hice una verdadera enfermera en ese momento. La madre no tuvo complicaciones, yo hice todas las maniobras correctamente y el bebé creció satisfactoriamente. Al otro día el obstetra me felicitó.
¿Qué siguió después?
En el Hospital Rural de Guatemala trabajé alrededor de seis meses, hasta que me llamaron para ir hacia el Hospital de Jibara, en Holguín. En aquel momento yo estaba preparando brigadistas sanitarias para mejorar la situación de la población infantil y materna, actividad con la que comencé mi experiencia en la atención primaria de salud.
En Jibara asumí como jefa de enfermería y trabajé durante un año organizando el hospital.
Al cabo del tiempo, la jefa de enfermería y el director de la provincia me dijeron que querían que yo viniera a La Habana para hacer un curso de administración y que luego regresara a Holguín. Cuando retorné me dejaron en el Grupo Provincial de Enfermería, donde impulsé la organización de los policlínicos integrales de ese territorio, y al terminar esta actividad encontré el amor de mi vida, me casé, y tuve dos hijos.
Luego fui jefa provincial de enfermería; que también fue una experiencia muy bonita. Ahí me tocaron las visitas a todas las unidades, las supervisiones, los controles.
En este rol, como en los anteriores, siempre traté de contribuir, primero, con la salud de la población; así como con la formación y capacitación de recursos humanos, aprovechando cualquier espacio que tuviera. Para mí lo más importante de esa época fue el tiempo que dediqué a preparar brigadistas sanitarias.
Como se puede notar, he acumulado experiencia en el área administrativa, y con esa experiencia, en el 2010, formé parte de la primera brigada cubana de salud que partió hacia Catar, donde tuve la oportunidad de participar en la organización de un hospital que allí se empezaba a gestionar con la ayuda de Cuba.
Más específicamente, colaboré en la organización de la central de esterilización, las consultas externas y las salas de ese centro.
¿Qué nos puede decir de sus años de trabajo en el Hospital Hermanos Ameijeiras?
Lo mejor que me ha pasado a mí es haber sido seleccionada para trabajar en ese hospital. Soy fundadora, y las misiones que he cumplido ahí me han llenado de satisfacción. La primera tarea que cumplí fue la de organizar el personal de enfermería, sala por sala.
Yo hice la historia de la organización de todas las salas, desde la primera hasta la última: ¿En qué año se abrieron? ¿Cuáles recursos tuvieron? ¿Cómo se entrenó el personal que allí se ubicó?
Al inicio, nos dedicamos a entrevistar a todas las personas que iban a entrar al hospital, que eran, básicamente, recién graduadas. Y su entrenamiento fue una experiencia bonita, porque fue un personal que creció profesionalmente en ese lugar.
Se hicieron cursos de todo tipo y se organizaron las salas para que las enfermeras y los enfermeros trabajaran igual. Y yo siento mucho orgullo, porque todo el colectivo de enfermería que yo formé en ese centro resultó excelente.
Siempre les decía que debían entregar lo mejor de sí para lograr cosas importantes. Lo primero era la calidad de la atención a pacientes. Sabían que había que escuchar y atender al paciente; que cada detalle, hasta el mínimo, era importante para que las salas funcionaran bien.
Trabajamos en la organización del hospital con mucho cuidado, y tengo que decir, lógicamente, que no fue solo tarea mía. Yo contaba con un colectivo extraordinario, que me seguía, y un director formidable, que era el Dr. Gómez Cabrera, que fue el primer director del hospital.
¿Qué mensaje entregaría a las nuevas generaciones de enfermeras y enfermeros?
Que no desaprovechen nunca la oportunidad de leer, de prepararse, y de expresar afecto a sus pacientes. Que recuerden los valores que son importantes para la enfermería, como la responsabilidad, la honestidad, la solidaridad y la sinceridad.
Les recomendaría, además, que lean la vida y obra de Florence Nightingale, que este 2020, precisamente, se cumplen 200 años de su natalicio. Y que nunca pierdan la oportunidad de escuchar y de darle un consejo a un paciente, de ponerle la mano en el hombro, de prestarle ayuda, para que realmente puedan decir que son buenas enfermeras y enfermeros, y sientan la satisfacción de haber escogido esta carrera, como lo siento yo.
Fuente: Boletín de la OPS/OMS en Cuba
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