Las tumbas del cólera
La mortal enfermedad dejó una lección positiva para los grancanarios en general en lo que respecta a la adopción de medidas preventivas e higiénicas. En concreto, en Santa Brígida, las autoridades locales mostraron una mayor preocupación por todos los problemas sanitarios que pudieran afectar a la salud pública, por mínimos que estos fueran. Así, avanzado el mes de junio, justo un año después del cólera, el ayuntamiento ordenó como medida de prevención “que diariamente se abra, ventile y hazolle el templo en la época crítica que nos encontramos”, pues en la parroquia se continuaba “con la abusiva costumbre de introducir los cadáveres sin la menor consideración a los funestos efectos que puedan producir en la salud pública”. Superado el trauma, el ayuntamiento inició los trámites para contar con un cementerio, que se alzó en 1862 en lo alto del pueblo, y que sustituiría al pequeño solar que en cuestión de días se hizo pequeño para acoger a tantas víctimas del cólera, entre ellas el cura párroco, Miguel de Talavera.
También el terreno exterior de la ermita de La Concepción y San Francisco de Paula, erigida en 1733 por el canónigo Luis Fernández de Vega y declarada Monumento Histórico Artístico, sirvió desde finales de 1842 de cementerio provisional, aunque dicho uso fue desechado poco después a causa de la lejanía del núcleo cabecero, que entorpecía el traslado de los cadáveres desde la iglesia parroquial hasta dicho paraje. No obstante, durante la epidemia volvió a usarse como lugar de enterramiento para los vecinos de la zona.
No es cierto, como se ha afirmado, que las siete tumbas reubicadas junto a la fachada de la ermita y cubiertas por estructuras de hierro se deban a siete mujeres, toda vez que una de ellas, la más pequeña, pertenece a un menor de 11 años. La mayoría de las losas basálticas, de factura tosca, contienen inscripciones en castellano antiguo con los nombres de los inhumados, las fechas esculpidas sobre las criptas y comparten letra similar, lo que parece corresponder a la autoría de un mismo labrante. Aunque son las únicas tumbas que han llegado hasta nuestros días, hemos de advertir que otras víctimas de la pandemia descansan en los alrededores del templo talayero, como los cadáveres de María de los Dolores Vázquez Ruiz de Bustamante, de 53 años, y de su hijo, el licenciado Fernando Esteban, de 30 años, soltero.
Este joven abogado era concejal del Ayuntamiento de Las Palmas, miembro de la Real Sociedad Económica Amigos del País y secretario de la Junta de Sanidad de la Ciudad y, junto a otros vecinos, mostró en aquellos días un heroico valor, prestando su ayuda y su apoyo a los enfermos, y contribuyendo a mantener el orden en la ciudad.
Esteban se contagió cuando ejercía como voluntario de la junta benéfica de Santo Domingo, que presidía Antonio López Botas, pariente suyo y rector del colegio San Agustín, donde él había sido profesor de Economía Política. Ante circunstancias tan terribles, Esteban Cambreleng prefirió quedarse en la ciudad para ayudar a sus ciudadanos en vez huir al campo, donde su familia contaba con una hacienda que su padre construyó en 1818 junto al Llanillo de Dios, parte de una data que le habían otorgado en el extinto monte.
La desgraciada muerte de Esteban Cambreleng fue objeto de una oda angustiosa de su gran amigo, el poeta grancanario Ventura Aguilar (1816-1858), titulada El cólera morbo y publicada como folleto en Gran Canaria el mismo año de los acontecimientos. También el artista y vecino Manuel Ponce de León llevaría a este personaje a uno de sus pinturas al óleo.
Se cuenta que consciente de una muerte segura, Esteban regresó a la hacienda familiar, situada a la entrada del Mocanal, a lomo de un caballo. Desde la portada de la finca se despidió de su familia, a la que entregó un pergamino que se introdujo en un recipiente con alcanfor para evitar el contagio a la hora de leer sus últimas voluntades. Luego, cumplido los trámites de su propio entierro, siguió como pudo hasta la ermita de La Atalaya y se echó a morir en su peor estado de salud junto al lugar donde ya reposaba su madre. Ambas defunciones se encuentran asentadas en el correspondiente libro de defunciones de la parroquia de Santa Brígida. Desgraciadamente, no se conservan sus lápidas en la ermita, pero sí la memoria de una tragedia que tardó en olvidarse.
jun 22nd, 2018. En: Curiosidades.