Maltrato infantil: no mirar hacia otro lado
Ayer un amigo me envió un video donde un niño era objeto de maltrato físico. Lo borré sin verlo. Y en la misma jornada, al regreso del mercado, caminando por la acera de una populosa calzada capitalina, fui testigo de un suceso muy doloroso: un niño de unos cinco años le pedía ayuda a un adulto mayor porque, según él, “mamá y (…) se están fajando”.
Si el archivo del video lo pude borrar de mi teléfono, la expresión de angustia y tristeza de ese niño no la he podido quitar de mi memoria, porque nada me afecta más que el maltrato infantil. Y como ambos eventos ocurrieron en cercanía temporal, la casualidad me remitió a la causalidad: todo ocurre por algo, y hay que atenderlo, debía atenderlo.
Cuando, ocho años atrás, escribí un reportaje sobre maltrato infantil para IPS,[i] pude acercarme a la encomiable labor académica y humana, de un grupo de profesionales cubanos, nucleados en el Comité Académico para la Prevención del Maltrato Infantil, que desde hace mucho tiempo se han ocupado de ese flagelo social.
Precisamente este 2019 se cumplen cuarenta años de la publicación de un extenso artículo, en Juventud Rebelde, del doctor Néstor Acosta Tieles, una suerte de introducción al tema, de manera pública, del fundador de esos estudios en Cuba.[ii]
Especialistas en medicina, psicología, psiquiatría, han investigado el maltrato infantil, han identificado causas y consecuencias; lo han expuesto en la comunidad científica, han publicado resultados de esos estudios… Pero, el problema sigue ahí, en la familia, en la sociedad. Y hay que hablar de él con mayor énfasis. Señalarlo. Visibilizarlo. Denunciarlo. Acorralarlo.
El maltrato infantil está en la misma trama de la violencia de género. Indisolublemente conectado. Quien, desde niño, se ha criado en un clima de abusos y maltratos, en medio de violencia física, sexual, verbal, psicológica, emocional, difícilmente escape a reproducir esos patrones en su vida adulta.
Por incultura secular, por inadecuada educación, el maltrato infantil vive soterrado, sobre todo, en el marco familiar. Porque no siempre se expresa en gritos que enteran a todos, en violencia que salta del hogar a la calle. Incluso, cuando sucede así, casi nadie interviene. El refrán de “entre marido y mujer nadie se debe meter”, también alcanza a los niños, considerados falsamente como “propiedad” de los padres.
Cuántas veces no hemos visto, en un transporte público, a un niño llorando, porque tiene hambre, sed, calor, y la respuesta del padre o la madre es callarlo con amenaza de violencia. Y, ¿cuántas veces hemos mirado para otro lado, porque sabemos que esa violencia, de rebote, nos puede ir encima?
La falta de educación e información sobre el maltrato infantil dificulta su identificación en la multiplicidad de escenarios donde se manifiesta y su diversidad de representaciones.
Desde hace un tiempo, se ha extendido la mala costumbre, en no pocas familias, de convertir los cumpleaños infantiles en celebraciones de adultos. Es muy probable que inicialmente, en la tarde, haya piñatas, payasos, juegos, pero en horas de la noche, se transforman en fiestas para mayores, con reguetón y bebidas alcohólicas. Así, el niño es excluido de un espacio creado para él, o peor, involucrado en un ambiente que lo dañará.
Desafortunadamente, las escuelas también incurren en esas malas prácticas festivas, al menos en lo que a elementos musicales se refiere: el reguetón invade los recintos educativos con su carga de machismo, gestualidad, y violencia verbal.
Exponer al niño a escenarios de violencia es maltratarlo psíquica y emocionalmente. Convertirlo en testigo de maltrato a su madre o a su mascota es un daño muy severo para el infante, como también lo es presenciar la imagen del padre, o la madre, o ambos, en estado de embriaguez. Ese acto hace sufrir al niño y al mismo tiempo crea identificación con una conducta que luego puede repetir con sus propios hijos.
Publicado en dic 19th, 2019.
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