Señales desacostumbradas empezaron a ocurrir a medio día, cuando los aviones Biber y otros tipos de avionetas del ejército y de particulares empezaron a rondar por las cercanías. Algunos de nuestro grupo, tranquilamente, cortaban caña mientras pasaban los aviones sin pensar en lo visibles que eran dadas la baja altura y poca velocidad a que volaban los aparatos enemigos. Mi tarea en aquella época, como médico de la tropa, era curar las llagas de los pies heridos. Creo recordar mi última cura en aquel día. Se llamaba aquel compañero Humberto Lamotte y esa era su última jornada. Está en mi memoria la figura cansada y angustiada llevando en la mano los zapatos que no podía ponerse mientras se dirigía del botiquín de campaña hasta su puesto.
Allí vi al gran compañero Raúl Suárez, con su dedo pulgar destrozado por una bala y Faustino Pérez vendándoselo junto a un tronco.
Libro: Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
En: Ernesto “Che” Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 198 y 200
El entrenamiento del soldado libertador, en lo fundamental, es la propia vida de la guerrilla y no puede existir un jefe que no haya aprendido en el ejercicio diario de las armas su difícil oficio.
Deben hacerse ejercicios físicos, fundamentalmente de dos tipos: una gimnasia ágil con enseñanza para la guerra tipo comando, agilidad en el ataque y la retirada, y marchas violentas, extenuantes, que vayan endureciendo al recluta para esta existencia. Realizar, sobre todo, vida al aire libre. Sufrir todas las inclemencias del tiempo en un estrecho contacto con la naturaleza, como se hace en guerrilla.
Debe tener la escuela su pequeña organización de sanidad, con un médico o enfermero, de acuerdo con las posibilidades, que brinde a los reclutas la mejor atención posible.
Libro: La Guerra de Guerrillas
En: Ernesto “Che” Guevara. Obras. 1957-1967
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 121 y 122