medicina

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Llegamos hasta el batey donde tomamos prisionero a los dos soldados que habían escapado a mi ametralladora y también al médico y su asistente. Con el médico, un hombre canoso y reposado cuyo destino posterior no conozco -no sé si actualmente estará integrado a la Revolución- sucedió un caso curioso: mis conocimientos de medicina nunca fueron demasiado grandes; la cantidad de heridos que estaban llegando era enorme y mi vocación en ese momento no era la de dedicarme a la sanidad; sin embargo, cuando fui a entregarle los heridos al médico militar, me preguntó cuántos años tenía y acto seguido, cuándo me había recibido. Le expliqué que hacía algunos años y entonces me dijo francamente: “Mira, chico, házte cargo de todo esto, porque yo me acabo de recibir y tengo muy poca experiencia”. El hombre, entre su inexperiencia y el temor lógico de la situación, al verse prisionero se había olvidado hasta la última palabra de medicina. Desde aquel momento tuve que cambiar una vez más el fusil por mi uniforme de médico que, en realidad, era un lavado de manos.

Libro: Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
En: Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana.. 1970. Tomo I. Pp. 267-268

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Quizás ésa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mí el dilema de mi dedicación a la medicina o a mi deber de soldado revolucionario. Tenía delante una mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas. Recuerdo perfectamente a Faustino Pérez, de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola ametralladora.

Libro: Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
En: Ernesto «Che» Guevara. Obras.1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. P. 199.