El agua, un tesoro vital en las crisis humanitarias
“Rara vez hay una crisis humanitaria sin una crisis de agua”
Un equipo de MSF se unió a otras organizaciones de emergencia para tratar de distribuir 240.000 litros de agua por día a los refugiados, una cantidad que representaba el equivalente a solo siete litros por persona al día, menos de la mitad del estándar mínimo recomendado por la OMS para emergencias. Sin embargo, la inseguridad que rodea a estas poblaciones y campos de desplazados hace que el transporte de suministros por carretera resulte muy complicado y que el envío de maquinaria especializada para cavar pozos profundos se convierta en una misión prácticamente imposible.
En los campos para refugiados y desplazados internos, la escasez de agua potable y letrinas crea un ambiente idóneo para que las enfermedades se propaguen fácilmente. Y si llueve, las inundaciones pueden contaminar los puntos de agua existentes. Esto sucedió por ejemplo en 2017, después de que cientos de miles de refugiados rohinyás, que huían de la violencia en Birmania, llegaran al distrito de Cox’s Bazar en Bangladesh. Con casi un millón de personas viviendo hacinadas y en condiciones deplorables, pronto se produjeron varios brotes de enfermedades infecciosas. Luego, con la llegada de las lluvias del monzón, se produjo la inundación de los pozos y los corrimientos de tierra y aludes, ya que los sistemas de desagüe eran completamente deficitarios.
Perspectivas nada halagüeñas
Todos los expertos coinciden en que es muy probable que el cambio climático exacerbe las crisis existentes. La OMS estima que la mitad de la población mundial vivirá en áreas con alto estrés hídrico en 2025. Y es que el calentamiento global también puede exacerbar otras crisis, como los desastres naturales, los desplazamientos masivos de personas y los conflictos.
“Hay una clara interrelación entre la baja calidad y escasez del agua, el conflicto armado y el desplazamiento de persona“
Por otro lado, la relación entre la sequía y las enfermedades diarreicas, y entre la sequía y la desnutrición, ya son bien conocidas. Y si las sequías se prolongan más debido al calentamiento global, se multiplicarán sus efectos sobre la salud de las personas. En abril de 2017, un brote de diarrea aguda afectó el área de Doolo en Etiopía, en medio de una de las peores sequías que se habían visto en tres décadas. Cada año, entre mayo y septiembre, los equipos de MSF en la región del Sahel en África ven cómo la salud de cientos de miles de personas sufre a medida que sus reservas de alimentos se agotan durante la estación seca.
“Hay una clara interrelación entre la baja calidad y escasez del agua, el conflicto armado y el desplazamiento de personas”, explica Carol Devine, asesora de asuntos humanitarios de MSF. “En los últimos años estamos viendo más fenómenos meteorológicos extremos como serían el caso de Filipinas o Mozambique, por ejemplo, donde después de las inundaciones existe un mayor riesgo de que se presenten enfermedades transmitidas por el agua, como la diarrea, el cólera, las infecciones bacterianas y el dengue. Estamos viendo epidemias asociadas de cólera y dengue en lugares como Bangladesh y Yemen, algo que anteriormente no veíamos tan a menudo.”
El agua es un recurso vital del que dependen la salud y la dignidad de los seres humanos. Ante un futuro tan lleno de desafíos, es más importante que nunca que las personas atrapadas en situaciones de crisis dispongan infraestructuras adecuadas de agua y saneamiento.