Las tumbas del cólera
Apenas había desaparecido la horrible pesadilla del hambre de 1847, un mortal bacilo vibrio llegó al puerto grancanario como un pasajero más del bergantín Trueno, procedente de La Habana, llenando de lágrimas y luto, otra vez, todos los rincones de la isla.
El día 5 de junio de 1851, hace ahora 167 años, se declaró oficialmente que la población padecía una epidemia de cólera morbo, después de las muertes de dos mujeres en el barrio de San José que se habían producido con sospechosa rapidez. Es difícil imaginar lo que eso suponía en aquella época y la alarma que encendía. De entrada, apenas se sabía nada de ella, aparte que era mortal y que se contagiaba rápidamente, diezmando los pueblos de un modo brutal.
Bastará con señalar que en la isla fallecieron casi 6 000 personas en un territorio que apenas contaba con aproximadamente 60 000 habitantes. Luchar contra el cólera morbo era como una guerra contra un enemigo invisible. La enfermedad provocaba muertes fulminantes por deshidratación tras terribles diarreas; y desató una auténtica histeria, con las autoridades desbordadas por los acontecimientos.
La vida económica quedó paralizada, y a las entradas de los pueblos se establecieron los llamados cordones sanitarios para aislar enfermos o barrios enteros de la ciudad. El mal entraba en las casas más pobres, pero también asaltaba las moradas más solariegas. El pánico acometía a todos.
La gente salía espantada hacia el campo, en medio de la escena macabra que ofrecían los cadáveres apilados en los carruajes o abandonados en los caminos sin que nadie los inhumara por temor a contagiarse. Lo mejor era aislarse, aun de los amigos, aun de los familiares, mientras en las calles de la ciudad se veía a un grupo de soldados retirando con cierta ligereza a los muertos de las casas.
Santa Brígida era entonces una vega poco poblada, de apenas 3.382 vecinos, lo cual no era poco para el tiempo, si tenemos en cuenta que Las Palmas contaba con 10 567, San Lorenzo, con 1817 y Telde cifraba su población en 7 612 habitantes. La Vega acogió a numerosas familias que abandonaron la ciudad, entre ellas los Galdós, cuyos miembros se refugiaron en su casa y finca de El Monte y tuvieron la fortuna de quedar al margen de la epidemia.
jun 22nd, 2018. En: Curiosidades.